Ensayo, Yo

Heridas de guerra en letras

Qué peculiar sensación la de abrir un libro viejo. Ese olor característico, la delgadez de sus hojas, en sus tonos amarillentos. La sensación de que ha recorrido largo camino, que distintas manos lo han tocado, dejándole marcas a veces tan hondas, cuales heridas de guerra entre sus letras.

A veces la marca evidente es la distinción de quien primero lo encontró, cuando joven quizás, esperaba paciente en una librería. A veces varios son quienes han querido dejar constancia de haberlo tenido y enlistan debajo su distintivo. Algunos muestran orgullosos sendas dedicatorias cariñosas que evocan la imaginación de historias inverosímiles. Algunos otros, demuestran incluso, haber viajado de continente a continente, sobreviviendo con todas sus hojas.

Esos libros viejos, que se apilan en montones en las librerías del centro de la ciudad, que son tesoros invaluables y luchan contra la era digital, son héroes de guerra.

Encontrar un libro sin huellas, sin garabatos en lápiz quizás, subrayados, ahora más modernos, en colores fosforescentes, sin las hojas a punto de salirse en algún sitio, sin dobleces usados como marcas de lectura, es como encontrar un huérfano, un libro triste, que nunca ha sido tocado.

Enemiga del maltrato a los libros, aún con la irresistible gana de anotar en ellos ideas y reflexiones, autodiscusiones y retos a mí misma para cuando tuviera diez años más y quisiera recordar los mundos en los que viví muchas tardes sentada en el sillón, me contuve a hacerlo por el reiterado respeto que me provocan. Ahora, ya no quiero dejar libros tristes.

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