Y sus rastros se difuminan
como fuego fatuo a media luna
silenciosos, misteriosos
entre margaritas lilas y jazmines rosados
arrulla en su murmullo de hada
esfuma de un soplo de aliento el frío
gira, vuela, huye, lejos
dejando al aire su halo brillante
polvo mágico constructor de sueños
Archivos Mensuales: junio 2008
De Cuentos de Eva Luna :: Isabel Allende
De Cuentos de Eva Luna
Isabel Allende
«Me quitabas la faja de la cintura, te arrancabas la camisa, tirabas a un rincón mi amplia falda, de algodón, me parece, y me soltaba el nudo que me retenía el pelo en una cola. Tenías la piel erizada y te reías. Estábamos tan próximos que no podíamos vernos, ambos absortos en ese rito urgente, envueltos en el calor y el olor que hacíamos juntos. Me habría paso por tus caminos, tus manos en mi cintura encabritada, y las mías impacientes. Te deslizabas, me recorrías, me trepabas, te envolvía con mis piernas invencibles, me decías mil veces ven con los labios sobre los míos. En ese instante final teníamos un atisbo de completa soledad, cada uno perdido en su quemante abismo, pero pronto resucitábamos desde el otro lado del fuego, para descubrirnos abrazados en el desorden de los almohadones, bajo el mosquitero blanco. Tú me apartabas el cabello, para mirarme a los ojos. A veces te sentabas a mi lado, con las piernas recogidas y me cubrías con el chal de seda, en el silencio de la noche que apenas comenzaba.
Así te recuerdo, en calma.
Tú piensas en palabras, para ti el lenguaje es un hilo inagotable que tejes como si la vida se hiciera al contarla. Yo pienso en imágenes congeladas, en una fotografía.Sin embargo, ésta no está impresa en una placa, parece dibujada, a pincel, es un recuerdo minucioso y perfecto, de volúmenes suaves y colores cálidos, renacentista, como una intención captada sobre papel granulado o una tela. Es un momento profético, es toda nuestra existencia, todo lo vivido y lo por vivir, todas las épocas simultaneas, sin principio ni fin. Desde cierta distancia yo miro ese dibujo, donde también estoy yo. Soy espectadora y protagonista. Estoy en la penumbra, velada por la bruma de un cortinaje translucido. Sé que soy yo, pero yo también soy esa que observa desde afuera, conozco lo que siente la mujer pintada sobre esa cama revuelta, en una habitación con vigas oscuras y techos de catedral. Estoy allí contigo y también aquí, sola en otro tiempo de la conciencia. En el cuadro la pareja descansa después de hacer el amor, la piel de ambos brilla húmeda. El hombre tiene los ojos cerrados, una mano sobre su pecho y la otra sobre el muslo de ella, en íntima complicidad. Para mí esa visión es recurrente e inmutable, nada cambia, siempre es la misma sonrisa plácida del hombre, la misma languidez de la mujer, los mismos pliegues de las sábanas y rincones sombríos del cuarto, siempre la luz de la lámpara roza los senos y los pómulos de ella en el mismo ángulo y siempre el chal de seda y los cabellos oscuros caen con igual delicadeza.Cada vez que pienso en ti, así te veo, así nos veo, detenidos para siempre en ese lienzo, invulnerables al deterioro de la mala memoria. Puedo recrearme largamente en esa escena, hasta sentir que entro en el espacio del cuadro y ya no soy el que observa, sino el hombre que yace junto a esa mujer. Entonces se rompe la simétrica quietud de la pintura y escucho nuestras voces muy cercanas.
-Cuéntame un cuento -te digo. -¿Cómo lo quieres? -Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie.»
ROLF CARLÉ
Empatía
Era un sábado por la tarde, mientras terminaba de comer un helado de chocolate como final de una disfrutada comida. Cerraba de vez en cuando mi libro -eterno compañero en esos ratos solitarios- para reflexionar sobre lo que leía. Y entonces la ví. Era bajita y delgada, de mirada seria pero dulce y expresión tranquila a pesar de parecer distraída y envuelta en sus pensamientos. Su andar ligero daba una sensación de un sábado por la tarde con poco sol y escuchando en silencio el viento entre los árboles. Me pareció ser yo quien caminaba por esa banqueta, llevando los libros bajo el brazo.
Así que me miré mientras mientras cruzaba la calle. Y quise que fueramos amigas, no se porqué. Al aproximarse apenas a unos metros de mi mesa volvió la vista y me miró con esos ojos dulces. Fueron instantáneas nuestras sonrisas.
Se alejó despacio dejando en el aire esa empatía común. Tanto, que quise que fuéramos amigas. Y con su andar tranquilo y volviendo a sus pensamientos, siguió su camino.
Manual de autoayuda/1 : Mauricio Carrera
Depongo todo cuanto soy: me rindo.
No quiero más tus guerras ni tus líos.
Ni estas treguas de sal ni estos lamentos.
Félix Suárez
Si el amor es festejo el desamor es duelo. “Si todo se ha de ir, ¿por qué llegaste?”, se pregunta Rubén Bonifaz Nuño, el poeta mexicano que más ha indagado con sus versos tiernos y coléricos las bondades y desdichas de ese “don de Dios”, que es el amar, y ese “corazón en las espinas” que es la separación de los que se aman. En nuestros días los casos de desamor se multiplican. La pareja falla. La pareja huye de sí misma. La pareja hace malabares para subsistir. Qué triste paradoja: primero nos dedicamos a encontrar a la persona deseada, y luego, tristemente, a soportarla. La amamos hasta casi rendirle pleitesía y luego nos preguntamos qué le vimos, cuándo cambió, por qué ya no sentimos las mariposas de antes y sólo escuchamos el bostezo y la queja cotidiana. O las discusiones que terminan en pleito. “Mira bien, lo que hacemos los dos, siempre peleando así”, como dice la canción. El amor tiene que ver con la vida y por eso duele, por eso se encela, por eso se desilusiona, por eso se transforma, por eso envejece y muere. El amor se complica porque se hace aburrido, monótono, porque hay malos tratos y traiciones, gritos y sombrerazos, estrecheces económicas, dolor y llanto. “Ningún amor termina felizmente (se sabe)”, como observa José Emilio Pacheco. Es cuando la amargura se hace presente y las palabras tiernas un remoto pasado. “Yo la amé y ella también a ratos me quiso”. No importa el género, la desesperación y la tristeza son las mismas. Afligido amor, desdichado amor, pinche amor, desolado amor. La desaparición del amor y la separación de los que se aman no es nueva bajo el sol. Sucede que ahora es más notoria. Antes se disfrazaba. “En la alcoba profunda podríamos andar meses y años, en pos del otro, sin hallarnos”, como escribió Maiakovsky. Las mujeres argumentaban dolor de cabeza y los hombres una partida de dominó. El macramé y las cantinas como terapias de género. El hombre mandaba y la mujer era sumisa. Ya no tanto. Los tiempos cambian. La mujer trabaja su doble jornada, es capaz de subsistir por sí misma y de no necesitar del hombre para ser. No quiere gritos ni reclamos, abusos físicos o verbales, ni chantajes ni estar con quien la trata como a un inferior. Es el desamor moderno, el que agarra sus chivas y se va. El amor a uno mismo como respeto y como opción. “El amor es la piedad que nos tenemos”, como escribió Efraín Huerta. No es mero narcisismo sino afán de sobrevivencia. El desamor de antaño, por otro lado, sigue ahí. Llora sus penas en secreto, se soba los golpes a solas, aguanta la indiferencia, el ninguneo, la falta de cariño, la existencia de la otra o del otro. El maldito desamor. Tanto amar para qué. Lo dice el Buki: “si no te hubieras ido sería tan feliz”. O Paquita la del Barrio y sus ratas de dos patas: “¿Me estás escuchando, inútil?”. Lo escribe mil veces mejor Bonifaz Nuño: “¿Qué es lo que pasa, qué nos hace que durmamos confiados una noche, una noche cualquiera, protegida, seguros del amor, acompañados, y despertemos, un momento más tarde, solos, abandonados, indefensos?”. Amar es equivocarse, como lo comprendió Fernando Pessoa. ¿Hay remedio? Durante algún tiempo creí más en el desamor que en el amor. Tantos fracasos, tantos intentos, para qué. Mejor la soledad, las caricias sin nombre que perdure, sin compromiso, sin reclamos, sin lealtades, sin amor. No volver a meter la pata, blindar el corazón para no sufrir de este nuevo desorden amoroso que trae consigo la época que nos ha tocado. Me guarecí. Me dije que nunca más. Y fallé. Sucede que, así como llega el desamor, así también aparece el amor. La sensación de inmortalidad tras un beso, la necesidad de pertenencia a otro cuerpo, la alegría de descubrir un rostro que nos alegre el día, la noción de que ahora sí es la persona buena, la que esperamos con ansia toda la vida. Amar y desamar, estar un tiempo con la mejor y otro con la peor de las parejas, celebrar la compañía de alguien extraordinario y guardarle luto porque no lo era, es el latido de los corazones enmendados y rotos. La consigna para vivir y no morir en el intento es amar con locura y desamar con cordura. Dejar entrar y dejar ir. Lo dice Renato Leduc: “Amar a tiempo y desatarse a tiempo”. Next. No hay de otra.
Mauricio Carrera
Publicado en Día Siete el 1 de junio de 2008
Fuente: mauriciocarrera.net
Sueño
La imagen al fondo del pozo
es un caleidoscopio de mi
de momentos, de deseos
de días lejanos
Me asomo, una y otra vez
los miro moverse solos
borrarse unos a otros
crearse y recrearse
mi risa con mi lágrima
mi certeza con mi desasosiego
Brinco entre piedras
escuchando insomne mi voz
veo cómo evoluciona mi mundo
cómo gira en vaivén mi locura
Abro los ojos y te miro
tu mirada me basta
y comprendo
Palabras incomprendidas: Kundera
El diccionario que describe Milán Kundera en «La insoportable levedad del ser», esa diferencia de significados personales a las palabras, a las vivencias, a los lugares, a los objetos, a veces crea un mundo intermedio entre una pareja y evita entrelazar los de ambos. Quizás los más afortunados son capaces de contarse sus propios significados y así enriquecen el mutuo, crean complicidades y traspasan esa barrera de la que los desafortunados jamás descubren la razón.
Un fragmento:
«Ahora podemos entender mejor el abismo que separaba a Sabina de Franz: él escuchaba con avidez la historia de su vida y ella lo escuchaba a su vez con la misma avidez. Comprendían con precisión el significado lógico de las palabras que se decían, pero no oían en cambio, el murmullo del río semántico que fluía por aquellas palabras.
Por eso cuando se puso el sombrero de hongo delante de él, Franz se quedó descolocado, como si alguien le hubiera hablado en un idioma extranjero. No lo encontraba ni obceno ni sentimental, era sólo un gesto incomprensible que lo descolocaba por su carencia de significado.
Mientras las personas son jóvenes y la composición musical de su vida está aún en sus primeros compases, pueden escribirla juntas e intercambiarse motivos (tal como Tomás y Sabina se intercambiaron el motivo del sombrero de hongo), pero cuando se encuentran y son ya mayores, sus composiciones musicales están ya más o menos cerradas y cada palabra, cada objeto, significa una cosa distinta en la composición de la una y en la de la otra.
Si yo hubiera seguido todas las conversaciones entre Sabina y Franz, podría elaborar con sus incomprensiones un gran diccionario. Contentémonos con un diccionario pequeño.»
De «La insoportable levedad del ser» (Milán Kundera)
El significado de la compasión
Aprendí sobre el significado de la compasión por Edgar hace ya muchos años. Quise saberlo por mi, leyendo «La insoportable levedad del ser» de Milán Kundera (que después se convirtió en un libro básico al que he vuelto una y otra vez).
En él, Kundera explica que las palabras no siempre tienen el sentido de lo que uno comprende, ahí radica su importancia y el cuidado y respeto que les merecemos. El uso de las palabras, de los significados, del lenguaje en general, sea el idioma del que se trate, no siempre será el mismo en la mente del que escucha, por experiencias, por cultura, incluso hasta por el tono en que son dichas (en esta misma línea, el libro de Kundera expone un breve diccionario de conceptos y palabras con su significado particular en cada miembro de una de las parejas protagonistas, por lo que se adivina de dónde surgen sus diferencias). Quién mejor que los filólogos para conocer el culto que debe rendirse a las palabras y la importancia de ubicar su significado en el contexto que les corresponde.
Volviendo a Kundera, la compasión es un sentimiento puro, incondicional, que en ciertos idiomas tiene desafortunadamente una connotación negativa, similar a la lástima. El tener compasión indica a que uno lamenta lo que le pasa al otro, pero no en un sentido que nutra, que haga retumbar el sentimiento, sino desde afuera, siendo ajeno e inútil para el que se observa. Kundera aclara que la compasión, en su sentido real, indica realmente ponerse en el lugar del otro, sentir lo que siente, aún más que un sentimiento de empatía. Sentir su dolor, su tristeza, su alegría, su preocupación, su euforia, como si fuera propia, contagiarse de ella y vivirla. Es por eso que deriva del amor y hace crecer como seres humanos. El que es capaz de sentir compasión en este sentido estricto, es capaz de enriquecerse, de escuchar realmente, alguien con quien se puede contar y uno lo sabe, es quien es capaz de amar de verdad, sin egoísmo, sin censura, sin temor, porque expone su propio sentimiento al compartirse con el otro. Y aunque termina dejando el alma exhausta, la enriquece.
Aquí el fragmento sobre la compasión, de Milán Kundera.
«Todos los idiomas derivados del latín forman la palabra «compasión» con el prefijo com- y la palabra «passio» que significa originalmente padecimiento. Esta se traduce a otros idiomas, por ejemplo al checo, al polaco, al aleman, al sueco, mediante un sustantivo compuesto de un prefijo del mismo significado, seguido de la palabra sentimiento; en checo: sou-cit; en polaco: wspol-czucie; en alemán: Mit-gefuhl; en sueco: med-kansla.En los idiomas derivados del latín, la palabra compasión significa: no podemos mirar impertérritos el sufrimiento del otro; o participamos de los sentimientos de aquel que sufre. En otra palabra, en la francesa «pitie» (en la inglesa «pity», en la italiana «pieta», etc.) que tiene aproximadamente el mismo significado, se nota incluso cierta indulgencia hacia aquel que sufre. Avoir de la pitie pour une famme significa que nuestra situacion es mejor que la de la mujer, que nos inclinamos hacia ella, que nos rebajamos. Este es el motivo por el cual la palabra compasion o piedad produce desconfianza; parece que se refiere a un sentimiento malo, secundario, que no tiene mucho en comun con el amor. Querer a alguien por compasión significa no quererlo de verdad.
En los idiomas que no forman la palabra compasión a partir de la raíz del padecimiento («passio»), sino del sustantivo sentimiento, estas palabras se utilizan aproximadamente en el mismo sentido, sin embargo es imposible afirmar que es un sentimiento secundario, malo. El secreto poder de su etimologia ilumina la palabra con otra luz y le da un significado más amplio: tener compasión significa saber vivir con otro su desgracia, pero también sentir con el cualquier otro sentimiento: alegría, angustia, felicidad, dolor. Esta compasión (en el sentido de «wspolczucie», «Mitgefuhl madkansla») significa tambien la màxima capacidad de imaginacion sensible, el arte de la telepatía sensible; es en la jerarquía de los sentimientos el sentimiento mas elevado.
Cuando Teresa soñó que se clavaba agujas bajo las uñas, reveló así que había espiado en los cajones de Tomás. Si se lo hubiera hecho alguna otra mujer, no habría vuelto a hablar con ella en la vida. Teresa lo sabía y por eso le dijo: «¡Entonces échame!». Pero no solo no la echó, sino que le cogió la mano y le besó las yemas de los dedos, porque en ese momento él mismo sentía el dolor debajo de las uñas de ella, como si los nervios de sus dedos condujeran directamente a la corteza cerebral de él.Un hombre que no goce del diabólico regalo denominado compasión no puede hacer otra cosa que condenar lo que hizo Teresa, porque la vida privada del otro es sagrada y los cajones que contienen su correspondencia íntima no se abren. Pero como la compasión se había convertido en el sino (o la maldición) de Tomás, le pareció que había sido él mismo quien había estado arrodillado ante el cajón abierto del escritorio, sin poder separar los ojos de las frases que había escrito Sabina.
Comprendía a Teresa y no solo era incapaz de enfadarse con ella, sino que la quería aún más.»