De Cuentos de Eva Luna
Isabel Allende
«Me quitabas la faja de la cintura, te arrancabas la camisa, tirabas a un rincón mi amplia falda, de algodón, me parece, y me soltaba el nudo que me retenía el pelo en una cola. Tenías la piel erizada y te reías. Estábamos tan próximos que no podíamos vernos, ambos absortos en ese rito urgente, envueltos en el calor y el olor que hacíamos juntos. Me habría paso por tus caminos, tus manos en mi cintura encabritada, y las mías impacientes. Te deslizabas, me recorrías, me trepabas, te envolvía con mis piernas invencibles, me decías mil veces ven con los labios sobre los míos. En ese instante final teníamos un atisbo de completa soledad, cada uno perdido en su quemante abismo, pero pronto resucitábamos desde el otro lado del fuego, para descubrirnos abrazados en el desorden de los almohadones, bajo el mosquitero blanco. Tú me apartabas el cabello, para mirarme a los ojos. A veces te sentabas a mi lado, con las piernas recogidas y me cubrías con el chal de seda, en el silencio de la noche que apenas comenzaba.
Así te recuerdo, en calma.
Tú piensas en palabras, para ti el lenguaje es un hilo inagotable que tejes como si la vida se hiciera al contarla. Yo pienso en imágenes congeladas, en una fotografía.Sin embargo, ésta no está impresa en una placa, parece dibujada, a pincel, es un recuerdo minucioso y perfecto, de volúmenes suaves y colores cálidos, renacentista, como una intención captada sobre papel granulado o una tela. Es un momento profético, es toda nuestra existencia, todo lo vivido y lo por vivir, todas las épocas simultaneas, sin principio ni fin. Desde cierta distancia yo miro ese dibujo, donde también estoy yo. Soy espectadora y protagonista. Estoy en la penumbra, velada por la bruma de un cortinaje translucido. Sé que soy yo, pero yo también soy esa que observa desde afuera, conozco lo que siente la mujer pintada sobre esa cama revuelta, en una habitación con vigas oscuras y techos de catedral. Estoy allí contigo y también aquí, sola en otro tiempo de la conciencia. En el cuadro la pareja descansa después de hacer el amor, la piel de ambos brilla húmeda. El hombre tiene los ojos cerrados, una mano sobre su pecho y la otra sobre el muslo de ella, en íntima complicidad. Para mí esa visión es recurrente e inmutable, nada cambia, siempre es la misma sonrisa plácida del hombre, la misma languidez de la mujer, los mismos pliegues de las sábanas y rincones sombríos del cuarto, siempre la luz de la lámpara roza los senos y los pómulos de ella en el mismo ángulo y siempre el chal de seda y los cabellos oscuros caen con igual delicadeza.Cada vez que pienso en ti, así te veo, así nos veo, detenidos para siempre en ese lienzo, invulnerables al deterioro de la mala memoria. Puedo recrearme largamente en esa escena, hasta sentir que entro en el espacio del cuadro y ya no soy el que observa, sino el hombre que yace junto a esa mujer. Entonces se rompe la simétrica quietud de la pintura y escucho nuestras voces muy cercanas.
-Cuéntame un cuento -te digo. -¿Cómo lo quieres? -Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie.»
ROLF CARLÉ