De libros y ocurrencias

Sin quejas

21 días necesita un pollo para salir del cascarón y 21 días una persona para formarse un hábito. Es lo que dice Will Bowen en su libro Un mundo sin quejas. Intentar vivir 21 días seguidos sin quejarse, sin hacer chismes ni criticar puede parecer fácil o hasta inútil.

Tal vez lo primero que puedo pensar es que ahora que he sabido lo mal que hace quejarse, no voy a poder hacerlo más, sin estar consciente de estar haciéndolo.

El quejarse lo tomamos como un alivio, como una manera de dejar escapar aquello que molesta o lastima. Pero en realidad puede ser al contrario. Al quejarnos generamos más malestar. Quizás el secreto es utilizar las palabras adecuadas. Yo creo firmemente en la fuerza que tienen las palabras, crean cosas maravillosas y las destruyen de igual forma, así que bien valdría la pena dárles el valor suficiente como para pensar antes de hablar. No tiene sentido quejarme de algo porque no voy a cambiarlo así, mejor intentar decirlo de otro modo.

Tal vez esto no sea más que otro boom para que la gente trate de sentirse mejor «atrayendo lo positivo a su vida», con la famosa ley de la atracción, pero si en realidad nos diéramos cuenta de cuánto y cómo nos quejamos día con día y de lo mal que nos hace sentir a nosotros mismos y a quienes nos rodean, quizás podríamos evitar hacerlo.

Me he dado cuenta de que a ciertas personas me une una queja en común, como si nuestro único propósito de hablar fuera ese. Quejarse de un malestar, del trabajo, de la familia, de la pareja, del tráfico, de la lluvia, de los baches, del calor, de los que manejan mal, del gobierno, de la vida. Es difícil evitarlo. Pero ayuda recordar que, como Bowen dice, quienes lastiman lo hacen porque están lastimados.

Al menos creo, que una vez pasada la felicidad de vivir en la ignorancia por no tener en cuenta cuánto me quejo normalmente, ahora lo haré conscientemente y estoy segura de que lo haré menos y agradeceré más.

¿Quieres intentarlo?

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De libros y ocurrencias, Yo

Viaje

Seda (Alessandro Baricco) es un escrito, que dicho por el mismo autor, no es novela, no es cuento. No es historia de amor, ni de aventuras. Es una mezcla de sucesos narrada delicadamente en la que se viaja mientras en la mente se van dibujando personajes y lugares.
La historia de un hombre que vive viendo pasar su vida “como uno ve la lluvia”. Que viaja la tercera parte del año al otro lado del mundo para comprar huevos de gusanos de seda, materia con la que enriquece su existencia y mantiene a su pueblo.

Las circunstancias lo obligan a ir más lejos, hasta “el fin del mundo”, al Japón. E inicia un viaje del que nunca regresa. Un viaje a la nostalgia de aquello que nunca vivió, que nunca fue, que nunca será. Entra en una cultura en la que encuentra que la mujer es vista y tratada como objeto, como una posesión que engalana a quien la disfruta cual animal exótico.

Encuentra unos ojos mudos que llenan su vida de sentido, de curiosidad, de misterio. Lo retan a arriesgar todo por lo que vivió y lo seducen hasta olvidarse de sí mismo. Finalmente vive. Aunque sea de una ilusión, de la pasión imposible, aunque sea de la melancolía.

Una historia tristísima, que pasa como la misma seda, que no se siente y parece estar contada en precisas y contadas palabras. Una historia que da vértigo, quizás disgusto y la misma nostalgia con que el personaje sobrevive en las últimas páginas, causa pesadumbre evidenciando la existencia inútil que da el vivir por vivir y la desesperanza de vivir por algo que nunca fue y tampoco volverá.

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De la nostalgia, Poesía

Luna solitaria

Pierde sentido a ratos
intenta arrancarle al tiempo el suyo
ama, rie, llora, sueña
quiere encontrarte a la vuelta de la esquina,
sonriente, esperando
silente, añorando
la misma cara
cara de niño, cara de viejo,
con el cuerpo que te pesa, el alma que te llora

En un delirio te ví
y nos perseguimos
en un intento loco por retar a la vida
a tus actos, a las coincidencias
eras tú, eres yo
y los recuerdos que caen, que pesan, hieren

Y te adivina, con ojos tristes
la risa contagiosa que no convence
sin el tono del que fue,
de quien fuiste, conmigo

Pierde sentido, lo perdió
se le fue, escapó, huyó, lo asustaste
vaga por la vida buscándolo
pero lo despediste, te lo llevaste

Pierde sentido y vida
Pierdo sentido como me perdiste a mí

Enero 2008

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De libros y ocurrencias

Soledades compartidas

¿Qué rasgos comunes pueden existir entre una mujer en edad madura y otra en la tercerda edad? cuando aquella vive en el lujo, viuda, guapa, sin hijos, dedicada a su empleo en una revista de temas tan banales como la moda, viajes, fiestas, ropa de marca y exquisitos baños diarios en espuma para reposar lo agitado del día… mientras que la dama anciana vive en la precariedad, en una minúscula casa vieja, sucia y olvidada; sobrevive de su pensión, con la fuerza mínima para levantarse todos los días y poder alimentar a su gato y a ella misma.

¿Qué puede unir a este desigual par? ¿La compasión? ¿la pena? ¿la responsabilidad moral o social? …¿la soledad? Por circunstancias triviales y casuales la una entra de súbito en la vida de la otra. Sin que ninguna lo desee o lo planee y sin querer después evitarlo. Este es el tema del «Diario de una buena vecina» de Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura 2007.

Janna decide por primera vez en su vida hacerse responsable, pensar en alguien más que en sí misma, olvidar el egoísmo y el qué dirán cuando sale de aquella habitación maloliente y sucia a buscar leña para su amiga. Escribe todo en este diario, día tras día. Olvida la insistente pregunta de Maudie de saber si lo hace por el dinero que se les paga a esas mujeres llamadas «buenas vecinas» que se encargan de cuidar ancianos, como si ella necesitara el dinero… Olvida las maneras de la anciana, siempre con esa profunda actitud de orgullo, para pedir hasta su compañía, de forma desdeñosa. Siente que debe cuidarla, como no cuidó ni a su propia madre agonizante, la remuerde el recuerdo de haber dejado pasar apenas unos días sin visitarla y piensa cómo se las arreglaba antes que ella apareciera. Piensa en cuántos ancianos viven así. Y sin embargo vuelve siempre, a escuchar sus quejidos, a escucharle compartir sus historias de cuando era niña y vivía para jugar y comer comida deliciosa, o de cuando fue sombrerera y sus sombreros eran los más hermosos porque tenía una memoria y habilidad increíbles. Comparte la tristeza de Maudie al recordar a su hijo, arrebatado desde pequeño y el abandono de quien fuera su esposo. Ambas comparten el tema, la una, con un esposo mayor, muerto ya, que nunca le significó gran personaje, y la otra, con un esposo permanentemente irresponsable y ausente.

Comparten además, soledad. Aquella, dejando las carencias emocionales remojadas en su baño de tina aromatizado y la otra, sumiendo en sus sueños inquietos y helados las memorias de sus mejores años. Ambas compartiendo un pedazo de vida, una amistad que cambia su existencia para siempre.

Una novela estremecedora, a la vez tierna y dura, pero siempre realista, de lo que significa vivir para un anciano, cuando todos se han ido y no quedan más que huesos frágiles, carencias y recuerdos.

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De libros y ocurrencias

Manual de autoayuda/2 : Mauricio Carrera

Y aunque con ciertas partes no esté tan acorde a mi manera de ver la vida – como que prefiero que a la hora de mi partida tanto yo lo haga con una sonrisa, como quienes en mi camino me acompañaron – comparto la segunda parte del Manual de autoayuda de Mauricio Carrera, en su particular toque nostálgico -pesimista-realista, para celebrar el amor por vivir.
Manual de autoayuda / 2

Mauricio Carrera
Publicado en El Universal el 20 de Julio de 2008

La vida es el pequeño guión
entre tu fecha de nacimiento y la de tu muerte
Marisa Escribano

“¿Acaso no es una crueldad demasiado grande jugárselo todo en una sola existencia?”, como se pregunta Susana Tamaro. Si pudiéramos enmendarla, corregirla, la vida sería perfecta. No lo es. No hay escuelas para la vida, sólo la vida misma. El desconcierto de sabernos vivos. “El inconveniente de haber nacido”, como dice Cioran. El milagro de una existencia no pedida y sin embargo valiosa y amada hasta el punto de asustarnos y rehuir la tumba fría, el más allá, si lo hay. A la eternidad con que los niños contemplan su propio paso por el mundo, se opone a la brevedad que es como una queja triste en la sabiduría de los ancianos. La vida, bien mirado, es absurda corta, sin sentido. Henry Miller lo describió muy bien: “Estoy en contra de la vida por principio. ¿Qué principio? El principio de la inutilidad de las cosas”. Tanta vida, para qué. ¿Para qué si nuestro destino es precipitarnos en el abismo de la muerte, en la angustia de algún día dejar de ser? No poseo argumentos irrevocables ante este hecho contundente y falto de amorosa ternura, así como de la más prístina lógica. Sólo sobrevive una infinita angustia, una enorme protesta que se estrella contra el muro de lo absurdo, el coqueteo religioso que nunca me convence, la posibilidad siempre presente del suicidio como forma extrema de subversión, y la convicción de que para no caer en la abulia o la tristeza del ser, hay que aferrarse a algo, lo que sea, como si se tratara de un madero metafísico en el cotidiano naufragio de nuestra existencia. Hay quien se mete a una iglesia y le es suficiente. Hay quien encuentra un poco de consuelo e inmortalidad en cada hombre o mujer que seduce. Hay quien toma cursos para reencarnar o se inventa un mundo lleno de ángeles benéficos y de la celestial luz que se ve al final del túnel. Hay quien se redime en los hijos. Yo soy más simple. Sencillo, común y corriente, si se quiere. Me aferro a algo muy particular y poco valorado. Nuestra singularidad. Somos, por nuestro carácter efímero, únicos e irrepetibles. Nunca, en todo el universo, nadie más como yo, como tú, como nosotros. Eso nos hace, más que frágiles y breves, extraordinarios. Especiales. Distintos. No sé si es la respuesta al misterio, pero a mí me sirve. Me digo, sin sonrojarme: ya que estamos aquí, a vivir, y me alzo de hombros ante aquello que no me gusta del mundo y de la vida. Sucumbamos ante “el horrible vicio de vivir” como diría José Revueltas. Hagámoslo con la alegría del que sabe que la vida es corta pero a quién le importa. Que la vida duele pero también sonríe. Lloremos, sí, pero porque el llanto es inevitable cuando se vive, pero también cantemos y bailemos, procuremos la felicidad de respirar, de amar, de contemplar un amanecer o de caminar descalzos por la playa, de reconocernos vivos en cada latido, en cada respiración, en cada caricia, en cada parpadeo. La consigna es aprovechar el día. Hacer como si se tratara del último de nuestra vida. El carnaval, más de lo plañidero del rencor, la abulia o lo fúnebre. Ser curiosos. Sentir, oler, disfrutar, conocer, gozar, no quedarse con las ganas de algo, antes de convertirnos de nuevo en el polvo que somos. Lo dijo Borges: comamos un poco más de helado y menos habas. “Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima, no intentaría ser tan perfecto; me relajaría más. (…) Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos”. Lo dice un anuncio televisivo: la vida es corta, comamos primero el postre. Lo dulce del mundo. Se vive solamente una vez. Lo demás son patrañas metafísicas con olor a incienso o a cuento de hadas. Solamente una vez. Que sea éste el motor de nuestros actos, no para deslindarnos de nuestros errores y defectos sino para pulir hasta donde se pueda nuestra maravillosa y singular existencia. No nos dejemos abatir por lo cotidiano, por supuesto áspero, vulgar y altanero. Dejemos huella por lo que hicimos, no por lo que quisimos hacer. Hay gente que vive, aunque no ha nacido nunca. Tal vez nos hubiera gustado ser de otra manera –nacer en mejor cuna, tener éxito en todo, poseer el don de la palabra, ser monedita de oro, contar con un espejo fiel a nuestra verdadera belleza-, pero somos los que nos tocó ser y no hay más. Creémonos una existencia, una razón de vida, una felicidad furiosa. Aferrémonos a estar en un mundo terrible y bello, y nuestro, pésele a quien le pese. Si cuando nacimos el mundo sonrió y nosotros lloramos, que a la hora de nuestra partida sea al revés: que los demás lloren y nosotros nos despidamos con una sonrisa. Somos féretros con sueños, polvo enamorado, una ridícula nada, sí, pero también un momento único en el universo, una pasión útil, un absurdo, una intensa casualidad convertida en milagro.

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Ensayo, Yo

A propósito de festejar la vida

Hay quienes no celebran un año más de vida, por no querer ser centro de atención, por no creer tener nada particular que festejar, por no darse la importancia, por no querer simplemente. Celebrar años de vida para mi, significa en términos realistas, celebrar también el resto de vida que nos queda. Sin embargo es la fiesta anual en la que se puede hacer recuento de la fortuna, buena o mala, de que fuimos dueños durante tantos días.

Al mirar las expresiones de esos niños en ese libro -obsequio de cumpleaños de quien en lo esencial me conoce- comprendo lo que significa disfrutar la vida, que es posible aún en las más precarias y deprimentes condiciones, con la esperanza como único objeto para aferrarse. Esos ojos de niño que al paso del tiempo convierten la inocencia y prejuicio y la esperanza en angustia.

Yo celebro, a mi modo, lo aprendido en éste, uno de los años más largos, más llenos de vicisitudes, de risas y de tristezas, de decepciones, de sorpresas, de gente nueva, de reencuentros con amigos, de abrazos, de compartir reflexiones, del esfuerzo de mi gente por verme sonreír. Celebro a los personajes importantes; a mi familia hermosa, gente tan amable y agradable, con sus risas y sus bromas, siempre con una palabra y un abrazo disponibles; a quien quiso regalarme la felicidad al despedirse y se quedó con esa tristeza que siempre intenté ahuyentar; a los me han regalado tiempo, palabras y sonrisas, que me han compartido planes y viajes y horas por teléfono o mensajes aún a miles de kilómetros de distancia; esas nuevas caras, esas nuevas risas, esos nuevos sueños y esos viejos sueños, los encuentros y las despedidas.

Como Lorena que me dice, año con año al preguntar cuántos años cumplí: “¡qué hermosa edad!”, con tanta energía y optimismo de quien estudia tanatología, y al mirar sus intensos ojos verdes, recuerdo todo lo que me queda por vivir. Con ese afán mío, descubierto hace tantos años por Omar al decirme una y otra vez que parece que me quiero comer el mundo a mordidas, no dejo oportunidad para evitar aprender, en el tiempo del que a veces carezco; sea lo que amo de la fotografía; o lo que disfruto enormemente de bailar salsa; lo que me sorprende del cerebro humano o hasta el aguantarme la tristeza y olvidarme de cualsea un problema moral y ético de ver morir ante mis ojos esos animalitos que ayudan a la ciencia. El no querer dejar nada que pueda hacer, eso me hace vivir.

Para mi eso es festejar mi vida y en lo que se ha convertido este último año. Caras nuevas, corazones descubiertos, deshechar lo negativo, lo triste, lo preocupante y valorar la salud, el amor, la familia, la amistad, el trabajo, las palabras… que construyen mundos y milagros.

Por supuesto sin olvidar lo dicho por mi mejor amigo, “lo que se arruga es el cuerpo, no el corazón”.

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Yo

Insomnio

El mejor remedio para no evitar el insomnio. Escribir. Pensar. Darle vueltas a las cosas sin sentido, pensando en las inverosímiles posibilidades de cualquier asunto, tan improbables como poder dormir.

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Para I, Poesía

Atrapar el tiempo

Si yo pudiera atrapar el tiempo en mi puño
mis horas, tus minutos, tus segundos
los llevaría siempre, en mi bolsa
los prendería en mi cabello, escribiría en ellos,
me protegerían de la lluvia

y me acompañarían en mis desvelos
retaría al tiempo, al universo, al infinito
para que no hubiera límites, relojes, horarios
Si yo pudiera atrapar lo que hay en mi corazón
guardaría mi anhelo joven
la mirada curiosa y las risas
las lunas compartidas
mi inquietud aferrada a la noche
para que en los días grises, en los más tristes
en la impaciencia y la soberbia, en la inmadurez y la distancia
escaparan a buscarme, a cazarme, a regresarme
A recordarme quién y cómo he sido

Si yo pudiera, lo haría

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Para I, Poesía

Serendipity

Running from burning worlds, unbreakable points
finding mysterious and unmistakable certainty
aiming smoother coats or silent dawn
keeping wild and untamable by rustic nature
remaining glow inside and outsider tides in amnesty
hoping again blessings from serendipity

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