Retazos de vida unidos rostro con rostro, símbolo inequívoco de heridas y victorias. Mil y un destinos a seguir, cien rutas por donde ir, veinte cruces de caminos y otras pocas encrucijadas.
Agenda llena de trabajo (que si la eterna estudiante, que porqué no lo dejas, que si no tienes tiempo para nada, que si el hambre de aprender, que la ciencia, que si el arte, que si el hambre de vivir, que si son mis pasiones). Pero el corazón aún más repleto de amistad y cariño. Que porqué el día no tiene 40 horas para que me de tiempo de abrazar lo suficiente.
La mejor familia, los mejores consejos, la mejor compañía, la mejor diversión en mi cuna, donde aprendí el respeto, donde aprendí a querer y a ser paciente. Donde aprendo a ser responsable, donde amo incondicional y eternamente.
Los mejores amigos con quienes derramar lagrimitas o estallar carcajadas, quizás hasta compartir discusiones intensas. Son los mejores terapeutas, en sus treintas como en sus cuarentas o cincuentas. Los mejores compañeros, mentes abiertas, de quienes aprendo, con quienes comparto mi incertidumbre impaciente, mis temores traviesos y mi indignación ocasional.
Los mejores amores, las mejores ilusiones con todo y sus decepciones, las mejores historias con todo y sus dramas. Han hecho este corazón fuerte, que no de piedra, aún más amoroso.
Los mejores retos para mi mente, para mi espíritu, para mis ángeles. Contenta conmigo, con lo que soy, con lo que doy y con lo que sueño. Con lo que lucho y con lo que espero.
A mis treinta y tantos he descubierto que todo lo que ansiamos siempre, fuera de ambiciones vanas, espejismos construidos por otros, necesidades magnificadas… al final de cuentas y al volver la vista atrás, lo que habríamos querido, es amar y ser amados.
La vida empieza a los treinta… o a los cuarenta, o a los cincuenta… mi abuelo se casó a los noventa.