De libros y ocurrencias

Cuarta canción para Marisa. Mauricio Carrera

Sólo un hombre enamorado…

Texto: Mauricio Carrera

La mujer que yo amo tiene la belleza exacta y el corazón en su sitio. Es implacable en su ternura, luminosa como una fe intacta, contundente en sus deseos de vivir hasta que la vida sea vida, y un poco más. La admiro por su condición de reina que abdica al trono de la existencia resuelta, a cambio de eso que llaman amor, y otros, el incierto camino al lado de un vagabundo de mi calaña. Es linda por derecho propio. No necesita adjetivos como excepcional o única: se los merece. Su sonrisa, cuando es para el mundo inabarcable y ajeno, ilumina; cuando es para mí, desarma mis defensas y me coloca en un sitio privilegiado en el universo. Soy inmortal, entonces, y tocado por los dioses, afortunado como quien sobrevive al holocausto de la vida cotidiana y al tufo de muerte que nos persigue desde la cuna.

Es el júbilo y el duelo de la sangre enamorada. Una palabra suya, un latido, una mirada clara o incierta, y desata en mí el huracán de las alegrías inmensas o el malebolge de la perdición en mi soledad de hombre. Es mujer, al fin y al cabo, y sucede que la idolatro pero a veces en mi pequeñez de mortal azotado por una existencia jamás perdida, no la entiendo. Así, cuando desciende a su tiranía de milagro convertida en hembra, sus flechas duelen, se me figura fugitiva, sus muros son altos, contemplo mi suerte echada al capricho de aquello que sucede en la cocina de las féminas cuando las asalta la química, el qué dirán o el maleficio castigador del sólo mis chicharrones truenan. He sentido las ruinas en que puede convertirme, la esperanza convertida en guiñapo, la cercanía de lo terrible y sin rumbo. He vertido, por su amor, uno que otro llanto de niño, algunos aullidos de loco y alguna incoherencia más al epitafio de mi tumba vacía.

En momentos así he escrito versos que no muestro a las rosas para que no se marchiten.

La mujer que yo amo es real. La vida la alcanza a ratos y la hiere en su cielo de bondades y sonrisas. No hay justicia en el mundo: tanta bienechora belleza, tanto brillo destacado de su alma, y no faltan los dardos emponzoñados en forma de cuervos, nanas y cebollas, alardes de derrotados, el colosal tráfico de la estupidez humana. Yo mismo, en mi caos y en mi soberbia, he dejado marcas y ecos de patán y temible filibustero. Soy hombre, al fin y al cabo, y hago guerras y cometo errores. Me enojo, gesticulo, arremeto contra lo que no entiendo, camino por la cuerda floja del camino oscuro y sin regreso. La he visto llorar, por mí, por un cachorro herido, por los pobres más pobres, y por la vida que es vida y porque es vida duele.

En momentos así ella triunfa, y como es mejor que yo, junta sus propias rosas con mis versos y les habla de amor, para que florezcan.

Es la mujer de mi vida, la mujer en mi vida. Existe en la tierra como el sabor de la fruta que me gusta, como el inmenso mar de mis aventuras de joven, como una alegría inesperada, como una caricia de madre. Es el idioma de la dicha y el sosiego. El arma con que me bato a duelo con los diversos adjetivos de lo aburrido y lo cotidiano.

La mujer que yo amo es la recompensa, el reposo del guerrero.
Quiero permanecer con ella siempre, hasta el fin de los suspiros, hasta el último de los misterios.

Publicado en Día Siete, el 11 de Enero de 2009

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De libros y ocurrencias

Los príncipes que no son azules

He estado considerando, gracias a este libro («Los príncipes que no son azules… o los Caballeros sin Armadura», Aaron R. Kipnis, Ed. Vergara), que llegó a mí por Luis… que en realidad ser hombre no es una gran ventaja. No es que disculpe que hasta este siglo las mujeres hemos padecido vivir en un mundo masculino, pero es cierto que, ¿qué es lo que pedimos? hombres sensibles, cuando desde niños son educados contra natura, para evitar expresar sus sentimientos; hombres que no sean «callados», cuando siendo bebés sus madres hablan menos con ellos que con las niñas… y así cuántos ejemplos. Hombres sin violencia, cuando el más común de sus juguetes la inspira. Una mujer no busca un héroe, sin embargo, la mayoría de los hombres, mucho más en este país, son predispuestos a buscarse un papel así. El proveedor, el fuerte, el que todo lo resuelve, el que protege, el que no debe llorar cuando es lastimado desde pequeño, el que debe levantarse y aún ante el mismo dolor de ver incluso hasta sus propios sus padres tratarlo con la punta del pie, debe salir y crecer sin rencores ni heridas.

El primer paso, según este libro del Dr. Aaron R. Kipnis, es reconocer que han sido lastimados. Por circunstancias, por personas, incluso por las mujeres. Han sido heridos, es válido decirlo. Y no tan tarde como a los 45 o 50, cuando llegan a preguntarse si es todo lo que la vida tenía para ellos. Aquellos más afortunados tienen una familia, quizás no, quizás algunos tengan hijos, que los respetan, los cuidan y los admiran. Quizás han vivido una vida en busca de ser «alguien» para otros. Por buscar ser aceptados y queridos no por lo que pueden proveer, no por un trabajo, no por algo material, sino por su interior, por su valor más esencial. El libro no está dirigido solamente a los hombres, sino a las mujeres a quienes ellos les interesan. Expone el papel social del hombre hoy, lo que debería y lo que no debería ser, ante su propia incomprensión.

Es realidad, se debería apreciar el verdadero valor de cualquier hombre como ser humano y un hombre podría darse la oportunidad de permitirlo. Más allá de ser un buen proveedor, el fuerte de la casa, es un ser humano hermoso, que no está acostumbrado (en la mayoría de los casos) a decir lo que siente, no porque no quiera, sino porque no sabe cómo. ¿De qué manera puede hacerse algo que ha sido prohibido toda la vida? ¿algo que no se ha enseñado ni promovido? si se reprimen los sentimientos y la sensibilidad innata desde que se objeta a un niño jugar con muñecas o decir que está triste, frustrado y molesto.

Si debe buscar algo en lo que pueda sobresalir, sea la fuerza en los deportes o un buen carro. Ir a la guerra o enfrentar día a día un trabajo que no le gusta. Refugiarse en el fin de semana con los amigos, en el alcohol o cualquier otra adicción. Es cuando llega el «adormecimiento», entonces viven como autómatas, queriendo «algo» que les haga sentir, vivir.

Las mujeres vamos por la vida gritando lo que sentimos, cada vez más somos protegidas, siempre somos salvadas primero… A pesar de todo, somos más fuertes desde siempre, por naturaleza, en materia de salud, es mucho mayor el número de varones que no nace, existen muchas enfermedades que son exclusivas del sexo masculino y aquí hay un largo etcétera. Como dice el autor, ¿cuándo se vería un anuncio tan claro y sencillo para que un hombre se realizara un examen en busca de anomalías para prevenir el cáncer de testículos, como tan comúnmente se ve en el caso del cáncer de seno? Los hombres siguen teniendo una esperanza de vida menor, por las razones que sean.

Yo quisiera saber qué es lo que hay dentro del corazón de los hombres, en realidad qué sienten, que sueñan, si eso es lo que sueñan. Llegar a viejos con la conciencia tranquila porque hicieron lo que debieron o si antes del final de la vida se preguntan si desde muy jóvenes abandonaron los sueños locos y absurdos… ¿eran realmente auténticos sueños propios o los que se inventaron en el camino?

No lo sé. Lo único que tengo seguro es que hay muchos hombres que admiro, que respeto profundamente que me han mostrado su corazón y no he encontrado más que ternura y una enorme valía, no sólo por lo que pueden, no por lo que hacen, sino por lo que son.

Y quisiera que aquellos que al momento de darse cuenta de que no son ni príncipes azules ni caballeros en brillante armadura, tengan la fuerza para admitirse como seres de luz, valiosos por lo único que nada ni nadie les puede quitar ni dañar, el alma.

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