A veces vivir resulta una carga pesada. Una mala racha, un mal día, problemas de salud, soledad repentina, exceso de trabajo, cualquier cosa que haga a la vida parecer salirse de los planes, de como uno creyó que sería ser adulto.
Y es verdad si los cuarentas son los nuevos treintas, porque quiere decir que a los treintas recién comenzamos a entender que somos adultos, que alguien más depende o dependerá eventualmente de nosotros, que somos los fuertes, quizás los valientes, o que al menos debemos parecerlo al recibir una llamada inesperada con malas noticias.
A veces uno quisiera ser como aquellos optimistas, que ven todo de un color más bello, que tienen una sonrisa ante cualquier calamidad y se levantan tan sólo sacudiéndose el polvo. Pero no siempre se puede ser la encarnación de la alegría y el positivismo. Si se está permanentemente en búsqueda de esa anhelada felicidad que se obtiene en pequeños instantes un sábado comiendo hot dogs y recordando la infancia o una tarde mirando al infinito mientras el sol cae y recuerda así nuestra naturaleza mortal y falible.
Hay días en que todo se ve negro, todo es triste, todo es negativo. Cuando uno quisiera sólo entrar en ese mundo de sueño en el que no se teme ni se sufre, donde nada duele ni preocupa, donde no se decepciona, no se angustia.
Pero quizás sólo es que nos estamos haciendo viejos, Reyes.