Ensayo, Mi desvarío

Mi vida en una cajita

Es una caja pequeña, de madera. Cuando se abre huele a canela, a chocolate, a mandarina y a girasoles. Porque dentro hay muchos de ellos, grandes y alegres girasoles que me han acompañado en mis mejores días. Y en los peores y en mis tristezas porque para mí son como sonrisas.

La vainilla que me recuerda los pasteles de mi madre y el color de sus ojos. Lo que se siente estar en casa. Sus abrazos y nuestras carcajadas francas y simples cuando volvemos a ser niñas juntas. Lo que significa estar con ella. También está la mirada hermosa de mi padre, de color verde oscuro cuando está serio y aceituna y miel cuando mira con ternura. Sus consejos y su eterno amor de guía. La cajita sabe a guayabas, a chocolate.

Guardo el don de gentes de mis hermanos, su bondad y todos los pleitos de cuando éramos niños, nuestros juegos y los perros con quienes corrimos, Kaiser I y II, Winnie, Cookie, Kyan. Están mis días jugando a pintar, cuando hablaba con mi perro y él se quedaba quieto, escuchando sueños de niña. Guardo los consejos de mis amigos, nuestras pláticas, los temores y los planes, las fotos, los exámenes y todos esos desvelos tratando de terminar las tareas.

Mi cajita tiene por dentro y por fuera muchos colores. El azul que fue mi color favorito y el rosa y el rojo y el negro y el verde y el naranja y el violeta.

Guarda atardeceres y noches sin luna. Y lunas menguantes y lunas llenas, lunas que cantan, solas a medianoche.

Guarda los grandes y pequeños sacrificios diarios, de tiempo, de descanso, de alegría, de compañía. De amores, de familia y de amigos.

Es pequeña, pero si se mira bien, tiene momentos tan memorables, mi cara desde tantos ángulos, una y veinte expresiones. Miles de fotos que aún no he tomado y una cámara muy paseada, que ha visto los paisajes que yo aún no he visto.

Al asomar la cabeza se escucha música, pero no siempre es la misma. Estoy yo en mis cuadernos, mi lírica eterna llena de palabras con las que tanto me gusta jugar, esas que me rescatan y me llevan a pensar, a olvidar. Hay muchos libros, buenos libros y otros no tanto. Todos los que no he leído y los que leí y ya no recuerdo.

Los cuentos que me hicieron volver a ser niña, donde fui hada, princesa, princesa de las hadas o bruja. Los abrazos que no se ven, pero que al mirar hacia dentro se sienten, miles, millones de abrazos que envolvieron a mi familia y a quienes amo y amé. Mi corazón lleno de tantas cosas que a veces no sé manejar y por eso escribo y abrazo y sueño y vivo, como si mañana no existiera.

Mis inoportunos errores y mi falta de tino y a veces de tacto, mis excesos y mis malas decisiones, mi mal humor. Esos están por ahí a la vista, aunque quiera guardarlos en un rincón.

Mi ignorancia y mis preguntas necias y mis ratos en los que no me gana un perico, mis silencios más profundos, donde hasta mis ojos se callan.

En otra parte de esa pequeña cajita de madera está mi amor por la ciencia, el hambre de saber, que convive al lado de mi fe y de todo lo que no se explica, ángeles enormes de blancas y brillantes alas, protectores y hadas. Muchas hadas. De cabellos largos y sedosos, de cara de niñas enigmáticas, traviesas y dulces y ojos que hablan sin decir nada. En uno de los lados de esa cajita donde cabe mi vida, están escritos en letras pequeñas todos los nombres, todos tus nombres.

Mis sueños de ayer y de hoy, mis sueños que serán planes y mis sueños que serán siempre sueños. Y ahí, en algún lugar, en algún rinconcito, haciéndose espacio, estás tú.

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