En ese tramo, a un lado de la carretera, todo es silencio. Sólo se escucha la sed y el zumbido de las moscas. Erguidos soldados de nombres solemnes sostienen hileras de tumbas; el silencio pesa como las vigas de las criptas, llegan tarde los lamentos. A la distancia, unos gigantes verdes levantan los brazos de espinas al sol demencial, alineados en su baile, esperando turno en el mismo lugar. Entre el aire denso y sofocante, se aleja una comitiva. Una banca otrora completa, refugia bajo la sombra a un hombre canoso bañado en sudor, cerca de sus zapatos polvorientos, hay un hormiguero.
El magno ejército apenas puede contarse a la distancia, los epitafios escuetos en tinta negra o dorada revelan: aquí los jóvenes, más allá, los olvidados. Una escalera de metal espera al costado del panal de cemento, es el último piso al que llega. El lecho recién cerrado calla, guarda como todos en ese tramo del tiempo, silencio perpetuo para su durmiente.