Mi desvarío

Empatía II

Era una nota de una tienda en la Quinta Avenida. En el papel arrugado casi habían desaparecido las letras, aunque podía leerse aún 13 dólares de la cuenta.

Con letra manuscrita había escrito su nombre, una dirección de correo electrónico y una página de internet, su página de fotografía: «Skysharing».

La primera vez que hablamos, traía un ojo de pez en su cámara y se divertía como un niño tomando fotos entre los asistentes. Entonces fue como si habláramos el mismo idioma.

La mirada alegre a través de los lentes y la sonrisa franca, jovial, acompañaron el gesto de su mano al entregarme el papel.

–Fue muy agradable conocerte– dijo en su inglés-alemán.
–Espero que nos volvamos a ver– respondí.

Acomodó su mochila y desapareció al fondo de la sala con su caminar desgarbado. Fue la última vez que lo vi. No así su manera de ver el mundo a través del lente.

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Mi desvarío

La afrenta

Agachado, abría su maleta una y otra vez, alternando miradas hacia el cielo, mientras las gotas caían aún ligeras; el semáforo en rojo esperaba. El agua fría mojaba la piel de sus brazos morenos y fuertes.

Cerrando la botella de gasolina, tomó la maleta, el bastón en forma de cruz y el sombrero y cruzó la calle.

El show terminó temprano, una vez más la llegada del otoño imponía la afrenta. Su mirada retadora se dirigió una vez más hacia arriba y se alejó caminando bajo la lluvia.

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