Para I

El principio y el fin de las cosas :: Alejandro Páez Varela

Alejandro Paez Varela
Publicado en Día Siete el 14 de Marzo de 2010

La tomé del antebrazo y caminamos chapoteando entre los riachuelos que se forman en la cuneta de las calles. Primero íbamos aprisa, luego despacio. “No escucho la lluvia”, le dije, y ella me dijo cómo sonaba. “Es tu voz ronca por las mañanas; es el desorden de tu respiración”.
Me sorprendí al escucharla. Volteé, y un nubarrón me escondió su rostro. “No te veo”, le dije. Le pedí que me explicara qué estaba detrás de esa cortina oscura y húmeda entre ambos. Me dijo que su rostro era el mismo de ayer. Me contó que caminábamos de la mano sumergidos en el sol de la tarde amarilla, y en un momento le hablé de sus dientes: “Una hilera de tanques de guerra, un ejército de arados blancos que buscan sembrar en mi piel”, dice que le dije. No lo recordé.
Sentí que me apretaba con fuerza de la cintura, ansiosa, como se amarra un jinete al cuello de un caballo si el caballo no está ensillado. “No recuerdo haberte hablado”, le dije, y seguimos caminando. Entonces sacó de entre sus ropas un diario que, dijo, escribimos los dos. Empezó a leerlo con la misma entonación de cuando lo escribimos. Me contó que yo era feliz, y que estas caminatas las hacíamos cada tarde; que esas cosas y muchas que no son para ser escritas las escribimos en este diario.
Nos paramos en seco. Seguí con mis manos sus brazos hasta llegar a su cabeza y la abracé. Me acosté en su cuello, me tapé los huesos con su cabellera y cerré los ojos. Le dije: “No veo”. Le exigí que me explicara el mundo, que me dijera cómo eran los árboles, la banqueta misma, los edificios, otros rostros que no fueran el de ella. Le dije que me liberara de la oscuridad, que me contara cómo fue el principio y en dónde estaría el final, si es que esto entre los dos tendría un final. Me dijo que intentaría recuperar tanto como pudiera, pero que no estaba segura por dónde comenzar.
“Empieza por los relámpagos”, le dije. En ese instante pensé que tampoco conocía los relámpagos.
Me envolví entre sus ropas, me escondí. Le tomé un dedo y me lo llevé a la boca y escuché atento cuando me contó la historia del mundo. Los apaches, los comanches, los mezcaleros, las praderas, las dunas junto a Samalayuca y esa cordillera de montañas del Valle de Juárez que esconde osos, lobos y leones de sierra. Los halcones, las águilas, un riachuelo que antes era tan ancho como una laguna que se mueve. Las carreteras sin fin, las norias en el camino, los papalotes para pozos de agua, una escalera sobre un murillo de adobe; olmos viejos y moros machos que dan más sombra pero no dan fruto; sauces llorones, víboras de cascabel, cera de panal y miel; sapos sólo cuando llueve. Le desabroché la camisa y me dejó ver, desde la montaña Franklin, que el valle de Nuevo México es el mismo que el de Chihuahua, hasta Palomas; que se funden, que tienen las mismas nubes, las mismas depresiones a las que sólo pega el sol de mediodía. Solté su cabello, finito, y cayeron cascadas blancas y largas sobre las cañadas.
Tomé sus caderas. Y luego me dejó ver el inicio de las cosas. “Y el final”, aclaró. “Aquí empieza y termina todo”.
Encendido mi corazón, el desierto se me hizo un río, y su ombligo un faro que me permitió verla en la oscuridad.
Nos detuvimos cuando su piel no era su piel, sino la mía.
“Estoy enamorado”, le dije.
“Lo sé”, me respondió.

Alejandro Paez Varela
Publicado en Día Siete el 14 de Marzo de 2010
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Narrativa

A partir de Los Teólogos de Jorge Luis Borges

[Mi primer ejercicio del taller virtual de Narrativa en el PEC. Una pequeñísima historia basada en un antagonista de Los Teólogos de Jorge Luis Borges].

Décadas después de la muerte de Aureliano, se encontraron los restos de un manuscrito adjudicado a Juan de Panonia. El cuaderno tatuado con el eneagrama, abrigaba una bitácora de investigación; un intento de tesis que tiempo después sería la base de lo que se conoció como las teorías del Priorato de Gurdjieff. Al márgen de todas las páginas, entre fechas y manuscritos rápidos, una inicial circulaba cada conclusión: A.

La mitad de los folios presentaba sendas discusiones sobre continuidad, permanencia y universos paralelos. A dos tintas, dos posturas. Encrucijadas en reflexión y caminos sin salida. Una tinta era furiosa, la otra atacaba en silencio. Hasta el último folio nunca hubo acuerdo en las ideas.

El biógrafo de Juan de Panonia escudriñó cada folio durante años, husmeando como sabueso en la mente de Panonia plasmada en el papel amarillento. Nunca tuvo más evidencia de que Juan de Panonia existió. Escribió en su informe final la conclusión, sarcástica y evidente; el autor de los manuscritos no fue nadie más que Aureliano en su tesis más codiciada: la refutación de su superyo.

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Mi desvarío

Sobre la fidelidad

Andy García se muestra celoso en una escena de «Cuando un hombre ama a una mujer» al llegar a casa y encontrar a su esposa en la sala platicando muy  animadamente con un amigo, sentado demasiado cerca a ella.

Sin una palabra, su rostro lo dice todo. Una vez que se ha ido el amigo disculpándose por haber incomodado, el personaje de Andy dice que no recuerda haber estado sentado tan cerca de ella, a lo que la esposa responde retadoramente que desde antes de su conflicto actual (ella es alcohólica) no lo hacía. Remata diciendo: «Él me necesita y cuando yo tengo miedo, él no pretende ayudarme, me escucha». Por si no fuera poco lo que ya lo ha lastimado.

Es una película, la pareja es disfuncional porque ella es una adicta, pero retrata perfectamente lo que sucede en cualquier otra pareja. ¿Cuál es esa línea tan delgada que si se cruza, genera una incomodidad o molestia por un tercero entre una pareja? Estoy clara en el argumento de que es asunto de confianza. En sí mismo, en la pareja y en la relación.

Pero no me ha sido evidente en dónde se traza el límite sutil en el que establecer mayor confianza o atención en otra persona del sexo opuesto lastima a la pareja. Por muy importante y valiosa que sea la amistad o relación con el tercero.

¿Quién es el que habla cuando se trata de una situación así? ¿el miedo? ¿la inseguridad? ¿el sentido común?

Es evidente cuando ese límite se está rozando. Cuando la atención y el trato excede lo «adecuado». Pero ¿de quién es responsabilidad poner un alto? ¿del afectado o del que está permitiendo que suceda?

Tal vez se vale levantar la mano y señalarlo. Tal vez sirve como vitamina para la relación o al menos, como una auscultación que examina algún malestar.

Es evidente que a todos nos gusta sentirnos apreciados, atendidos, queridos. Es evidente que la autoestima crece y se refuerza aquello que nos ata a la Tierra, el ego. Somos vulnerables, humanos.

Probablemente eso es válido. Pero ¿qué hay de lo que la pareja siente? la incomodidad, el desazón. Eso que se llama celos. El temor subyace, escondido e inevitable. El temor a ser lastimados. Esa llamada de atención a lo que la pareja «no tiene», «no es», «no sabe», «no le gusta», «no hace». Siempre habrá algo de lo que carezca. Siempre habrá algo que llame la atención en otro, que guste, que interese.

Y se olvida lo importante. Lo valioso de la persona que se eligió. Ese enjambre de cualidades, defectos, desaciertos e imperfecciones que nos enamoraron.

Tal vez ahí es donde radica la inteligencia. En tener en claro los límites y conocerse a sí mismo. En permitir o no que sucedan las cosas.

Siempre está ese Pepe Grillo presente, algunas veces susurra y otras, usa altavoces y aún así es ignorado. En estas situaciones, todos sabemos cuando hacemos algo incorrecto (en el sentido de afectar algo que no queremos afectar), cuando estamos en vías de que suceda o cuando vamos directo a toparlo.

El reconocerlo en el momento es quizá donde radica la certeza de la fidelidad. Aunque ¿qué es ser fiel?

No tengo respuesta. Sí más de una idea. Pero sé que en cada cabeza hay un universo distinto y cada uno es responsable de lo que está dispuesto a ceder. Y a perder.

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Mi desvarío

Más sobre el reciclaje de la vida

Lo aterrador sería creer que se puede estar en el mismo sitio por siempre, ni adelante, ni atrás, ni a un costado, ni al otro. Plantado en el mismo lugar, observando los mismos objetos, sintiéndo las mismas emociones. Viendo la vida desde el mismo ángulo.

Eso no existe en el universo. Todo evoluciona, todo cambia, la única certeza es la impermanencia de las cosas. Lo que se deshecha que parece que hemos perdido y que deja un vacío, en realidad abre el espacio para lo que sigue. También la vida se recicla.

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Para I

Insomnio

Después de purgar memorias tristes en hojas blancas, abordo mi barco rojo con velas floreadas, dispuesta a surcar los mares de mi mente, inexplorados, atados.

Un enome farol amarillo en medio de la tormenta, reta al viento, valiente con su melena de lluvia. El negro del cielo intenta ocultar las olas que furiosas rompen en las rocas.

El silencio que carcome lentamente, desgasta mis argumentos, afirmando indecisiones.

Lento como gotas de agua en el grifo, caen los segundos, clic, clic, clic. El sueño se desborda.

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