Usualmente cada cierto tiempo es necesario una despuntada del cabello. A veces uno lo deja pasar hasta que un buen día amanece con una maraña rebelde que no tiene manera de domarse, entonces uno sabe que es urgente visitar al peluquero.
Lo mismo pasa con una planta, cada cierto tiempo es recomendable quitar las hojas secas y marchitas y despuntar un poquito por aquí y otro poquito por allá, arrancar las malas hierbas para tener espacio y ocasión de que crezca.
Lo mismo debería hacerse con el corazón y con la mente. A veces hace falta una recortadita de lo marchito y lo viejo, de lo que se ha adelgazado y ya no permite crecer. Las viejas costumbres, las viejas manías, los sentimientos arraigados, las emociones marchitas. Las actividades mecánicas que ya no se ven porque siempre están ahí, las acciones por impulso que no se razonan. Lo cubierto por el paso del tiempo, por la costumbre, lo caduco. Cuesta más trabajo que ir a que otro lo despunte a uno, porque nadie más entra a esos lugares escondidos, a esos rincones atelarañados, a veces ni uno mismo. Aunque seguramente una vez que se logra esa recortadita, es más fácil pretender seguir creciendo.