Ensayo, Mi desvarío

El arte de hacer ciencia

Tal como un pintor sentado frente a un lienzo en blanco, el científico, apostado frente a su objeto de estudio cualquiera que éste sea- acumula ideas, preguntas, motivos.

Como un músico virtuoso, el científico se debe a un talento con el que nace o que desarrolla cambiándole el nombre por disciplina.

Como un ágil bailarín, se inclina por éste o aquel ritmo-tema, por gusto, por motivación, por pasión.

El investigador científico necesita una fe de hierro que le permita insistir una y otra vez, aún cuando sus fracasos-caídas sean dolorosas.

Cincel en mano, rodea su objeto de estudio, lo observa, lo mide. Sólo en su mente existe la forma, lo que intuye que surgirá tras un largo trabajo.

No es tarea fácil tratar de hacer ciencia, ni cualquiera puede llamarse científico. Es imprescindible enamorarse de su obra, idear y ¡aprender! distintos modos de aproximarse a él, procurando una nueva mirada permanente. El quehacer de un investigador que se dedica a la ciencia, es precisamente recorrer el mismo camino de esfuerzo, dedicación y tropiezos de un artista, con el objetivo de lograr algo que realmente trascienda.

Y tal como cualquier otro arte, la práctica constante es obligada. De igual modo, el abandonarla por un tiempo requerirá comenzar de nuevo hasta recobrar el gusto y la destreza.

Disciplina, entrega, creatividad, paciencia, pasión. ¿No es el hacer ciencia un complejo arte?

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De libros y ocurrencias

Porque no puedo pensar por cuenta propia :: Alejandro Páez Varela

Publicado en Día Siete el 7 de noviembre de 2010
-Para SS. Breve homenaje a Juan Gelman

Ya que navegas por mi sangre y conoces mis debilidades, y no te atreves a despertarme a mitad del día o cuando camino por los pasillos de tus sueños; ya que cabes en el hueco de mi mano y me escondes en el hueco de la tuya para que no me escape, para que no me recueste en las sombras; ya que eres mi paz, mi paciencia y mi furia, explícame: ¿Qué diablos hago? ¿Por qué te necesito? ¿Quién eres, muda, ciega, sola? ¿Quién te dio permiso para recorrerme, razón de mi pasión?
Ya que cruzas el pantano conmigo y los dos nos manchamos hasta la barbilla y festejamos porque el lodo sabe a rosas para los que aman; ya que me obligas a olvidar mi nombre y a pronunciar el tuyo despacito para que se vuelva el mío; ya que te has convertido en el aliento de las tardes, en párrafos completos de Juan Gelman que leo o respiro o plagio porque no puedo pensar por cuenta propia; ya que eres la fractura de las madrugadas, la respiración en cada frase y la distancia entre mis ojos y los cristales, dime: qué digo, en dónde te escondo para que nadie te encuentre, cómo es que ahora te palpito.
Porque quiero llenarte solamente de mí y abarcarte (aún sin abrir los brazos). Y consumirte, acabarte, llevarte adentro y ser tú por fuera; comerme tus huesitos y lamer tu piel con la devoción del gato que dormita en la ventana una tarde de sol sin prisa. Porque quiero ser el mago que te parte en cinco y te une en presencia de todos, las hojas de otoño que te cubren, la tierra que levantas cuando corres y el cochinito de piloncillo que sopeas en la leche.
Porque quiero mezclarme en tus cabellos y entrar más adentro que lo adentro, y ser parte de ti.
Ya que navegas por mi vida y conoces mis puntos flacos y mis comas tristes, y me duermes con tu aroma buena parte del día y aplastas los recuerdos para sobrevivir solamente tú, dime, ¿quién eres? ¿Qué hago? ¿Por qué te deslizas en mi saliva, por qué me siento perdido si no te veo, por qué secuestras mis ganas de darme por vencido? Dime, ¿cómo es que ahora te necesito?
Y eres única patria, refugio, espada contra mi bestia interior. Y eres el fin de la memoria, el susurro que contiene la marcha de los recuerdos. Y eres, también, aliada contra el olvido.

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