El autobús pasa rápido, pero alcanzas a verlo. Parado ahí, en harapos, el cabello largo y enredado y las manos y la cara cubiertos de algo tan obscuro como el color de sus ojos, que apenas se distinguen.
Se mira en el reflejo del anuncio en la parada. Se observa como si fuera un espejo, como intentando reconocerse. Mueve lentamente la cabeza, de un lado a otro, buscando algún ángulo conocido.
Después de detenerse brevemente, el autobús arranca y su figura va quedando atrás. Aún puedes verlo cuando queda pasmado por un momento contemplando su imagen. No cree que sea él. No se reconoce. Lo pierdes de vista.