Mi desvarío

No influirás en el voto ajeno

En una plática religiosa, en la Catedral de Tlalnepantla, un padre relativamente joven, muestra vídeos para apoyar su exposición. Intenta hacer reflexión sobre lo que ha alejado de la iglesia a las personas.

Después de algunas ideas, muestra un video sobre la violencia que impera en el país. Inicia con una escena en que un hombre apunta una pistola hacia otro que representa a Jesús. Continúa con encabezados de notas periodísticas sobre crímenes, secuestros y droga en escuelas, mezcladas con escenas y frases inquietantes. Entre ellas, se incluyen unos tres encabezados que hablan sobre AMLO, no precisamente bien. Sobre AMLO y el aborto y sobre cómo algunos de sus simpatizantes irrumpieron en una misa.

El video finaliza con la primera escena: el hombre dispara contra Jesús… salpicando la pantalla de sangre.

Molesta, casi al fondo de la iglesia, observo sin creer lo que veo.

No puedo evitar cuestionarle este «mensaje» en cuanto se da la ocasión. El padre me responde que «hay personas muy escrupulosas» y que no mezclar política con religión es una «deuda» que tiene pendiente el país. No duda además, en protestar porque «tantos maestros católicos no pueden hablar de Dios en las escuelas».

Alrededor de 200 personas reunidas y nadie recuerda (o se atreve a responder) que el hecho de que el laicismo en la educación está establecido en la Constitución.

Al fondo de la iglesia, nuevamente estoy muy lejos del micrófono como para regresar y seguir argumentando, así que ahorro mi réplica, un poco sorprendida ante tal respuesta, pero más aún, ante la reacción (o la falta de ella) de los asistentes.

Eso no se trata de respeto o herejía ¿o es que las reglas cambian tanto al interior de una iglesia, aún en una charla que está sujeta a opiniones y participación? ¿no existe el razonamiento? ¿el padre sigue siendo aquel al que no se le puede cuestionar?

A estas alturas y sigue sucediendo como hace tanto tiempo. ¿En cuántas iglesias en México hoy se está realizando proselitismo? ¿cuántos que hablan de la palabra de Dios están utilizando el poder de la fe para evangelizar también en política a los fervorosos?

¿Sabe el IFE que esto sucede y es en realidad una guerra sucia en la que es tan válido usar la religión para hacer proselitismo, tanto por iglesia como los partidos?

Es verdad que un ser humano es un ser racional y espiritual. Pero no es ético manipularlo utilizando sus creencias. Nuestro país es conocido también por su cultura marcadamente religiosa. Cada vez en menor medida, como parecen indicar las estadísticas, pero lo es.

También es cierto que estamos en medio de una crisis de valores, que es imperante volver a la ética, a la honestidad, pero no precisamente a través del uso de la fe. El ser humano es capaz se separar ambas esferas, sin ninguna clase de riesgo y aún, con una gran ganancia en cuanto a libertad de pensamiento y razonamiento.

Satanizando personajes no es como vamos a volver a una sociedad de valores. Pero quizá sí es como el partido de elección llegará más pronto a la presidencia.

A estas alturas, sí, la religión católica no deja de ser una fuerza política fuerte. Lo molesto es quizá seguir impávidos permitiendo que lo sea.

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Mi desvarío

Sobre poner orden a nuestro mundo…

Ramón,

Algunos de los que enseñan la Kabbalah afirman que uno no debería intentar cambiar al mundo, que el principio debe ser cambiar uno mismo y entonces el mundo, empezando por nuestro propio entorno, cambiará, primero a través del de al lado, y luego con el de al lado del de al lado y así sucesivamente.

Es verdad, el mundo es como es y parece poco lo que podemos hacer para cambiarlo o mejorarlo. Tampoco es posible dejar de conmovernos y percibir aquella punzada que es inherente al ser humano y creer que cargamos el peso del mundo en los hombros.

Hay quienes dicen tratar de cambiar al mundo, buscando un beneficio específicamente material, y son realmente pocos los aquellos a los que admiramos, que hacen de la ayuda a otros, del servicio social, una forma de vida, tengan su motivación en el amor, en la compasión: en un verdadero sentido de responsabilidad como ciudadanos del mundo.

¿Es idealista y romántico pensar en que la existencia de uno pueda implícitamente cambiar al mundo, si apenas puede seguir con su propia vida? si apenas podemos impulsar nuestro entorno más cercano, nunca hay tiempo suficiente.

Sin embargo, si viéramos al mundo como realmente es, un sistema con innumerables y complejos elementos, que dependen unos de otros, entenderíamos que todos los días provocamos cambios, que nuestras decisiones diarias, cualesquiera que sean, son las condiciones iniciales que provocan reacciones en cadena, un ejemplo perfecto del «efecto mariposa», sabríamos que de cada uno depende que esos cambios pretendan tener un impacto positivo.

Cuando un profesor prepara una clase con todo el amor y respeto por su profesión; cuando una madre (o un padre) abriga, protege, educa, corrige, motiva y encamina; cuando una persona que se dedica a la limpieza pone todo el empeño en deshacerse del polvo; cuando un médico se esfuerza por mantenerse actualizado y asume más que una responsabilidad, una verdadera vocación hacia el bienestar de los demás; cuando una persona hace su trabajo de forma honesta y comprometida; cuando un ciudadano denuncia a cualquier infractor o delito; cuando todo esto y tanto más sucede, hay un cambio, que quizá no percibimos. Pero no lo percibimos porque no parece resolver problemas evidentes e inmediatos, sin embargo mantiene cierto equilibrio y probablemente evite un mayor caos.

No tenemos que dejar en manos de otros el mejorar este mundo y mientras buscamos o la ocasión para ayudar nos encuentra, no necesitamos esperar a que existan reglamentos de conducta cívica, organizaciones que promuevan esta u aquella iniciativa, políticas sobre salud pública o acuerdos sobre ecología. El compromiso y la responsabilidad de cada pequeña decisión es personal.

Al llegar a uno, solamente a un ser humano y contagiar ese ánimo por cambiar el mundo, hacemos crecer esa pequeña ola que generará algo más grande.
No deja de ser idealista, ni nos exime de sentir eso que nos hace humanos y quizá no estemos físicamente para ver su beneficio en una gran magnitud, pero al menos sabremos que no dejamos intencionalmente más piedras en el camino.

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