Ramón,
Algunos de los que enseñan la Kabbalah afirman que uno no debería intentar cambiar al mundo, que el principio debe ser cambiar uno mismo y entonces el mundo, empezando por nuestro propio entorno, cambiará, primero a través del de al lado, y luego con el de al lado del de al lado y así sucesivamente.
Es verdad, el mundo es como es y parece poco lo que podemos hacer para cambiarlo o mejorarlo. Tampoco es posible dejar de conmovernos y percibir aquella punzada que es inherente al ser humano y creer que cargamos el peso del mundo en los hombros.
Hay quienes dicen tratar de cambiar al mundo, buscando un beneficio específicamente material, y son realmente pocos los aquellos a los que admiramos, que hacen de la ayuda a otros, del servicio social, una forma de vida, tengan su motivación en el amor, en la compasión: en un verdadero sentido de responsabilidad como ciudadanos del mundo.
¿Es idealista y romántico pensar en que la existencia de uno pueda implícitamente cambiar al mundo, si apenas puede seguir con su propia vida? si apenas podemos impulsar nuestro entorno más cercano, nunca hay tiempo suficiente.
Sin embargo, si viéramos al mundo como realmente es, un sistema con innumerables y complejos elementos, que dependen unos de otros, entenderíamos que todos los días provocamos cambios, que nuestras decisiones diarias, cualesquiera que sean, son las condiciones iniciales que provocan reacciones en cadena, un ejemplo perfecto del «efecto mariposa», sabríamos que de cada uno depende que esos cambios pretendan tener un impacto positivo.
Cuando un profesor prepara una clase con todo el amor y respeto por su profesión; cuando una madre (o un padre) abriga, protege, educa, corrige, motiva y encamina; cuando una persona que se dedica a la limpieza pone todo el empeño en deshacerse del polvo; cuando un médico se esfuerza por mantenerse actualizado y asume más que una responsabilidad, una verdadera vocación hacia el bienestar de los demás; cuando una persona hace su trabajo de forma honesta y comprometida; cuando un ciudadano denuncia a cualquier infractor o delito; cuando todo esto y tanto más sucede, hay un cambio, que quizá no percibimos. Pero no lo percibimos porque no parece resolver problemas evidentes e inmediatos, sin embargo mantiene cierto equilibrio y probablemente evite un mayor caos.
No tenemos que dejar en manos de otros el mejorar este mundo y mientras buscamos o la ocasión para ayudar nos encuentra, no necesitamos esperar a que existan reglamentos de conducta cívica, organizaciones que promuevan esta u aquella iniciativa, políticas sobre salud pública o acuerdos sobre ecología. El compromiso y la responsabilidad de cada pequeña decisión es personal.
Al llegar a uno, solamente a un ser humano y contagiar ese ánimo por cambiar el mundo, hacemos crecer esa pequeña ola que generará algo más grande.
No deja de ser idealista, ni nos exime de sentir eso que nos hace humanos y quizá no estemos físicamente para ver su beneficio en una gran magnitud, pero al menos sabremos que no dejamos intencionalmente más piedras en el camino.
Muchas gracias por tus palabras llenas de sabiduría Liz. Comparto todo lo que mencionas, pero comprenderás también que a veces uno se levante con un día gris, por mucho sol que haya afuera. Qué sería de la felicidad más explosiva si no tuviéramos en contraste estas malas rachas. En todo caso agradezco tu entrada 🙂
Un abrazo
R.III
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Sí… todos tenemos días grises y algunos de esos días grises son más grises que otros, en que la desesperanza es mucho más grande.
No sabríamos distinguir la luz, si no estuviéramos alguna vez en penumbras.
¡Otro abrazo!
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