De libros y ocurrencias, Ensayo

Medio pan y un libro :: Federico García Lorca

Ahora, que, como siempre en todos los «ahora», estamos faltos de ese algo que nos ate a la esperanza, las palabras pronunciadas hace más de ochenta años por García Lorca parecen tan vigentes; como que el hombre sigue siendo sólo hombre y a veces no tan ser humano, aquí, en este país, y en todos los demás.

El amor por los libros, por el saber, por el conocimiento, por la cultura; su necesidad, su imperante necesidad que no es satisfecha y por el contrario, ha sido usada como arma en su forma de ignorancia y como su consecuencia, en la más absoluta y eterna manipulación.

El discurso de Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo, Fuente de Vaqueros, Granada, en septiembre de 1931:

«Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.

Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!‘. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz

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Mi desvarío

¿Qué «incomoda» sobre los «niños incómodos»?

Hace un par de días, unas imágenes llamaron la atención en México: la reproducción de lo que se ha visto reiteradamente en cualquier noticiero. La diferencia, los protagonistas que reproducen estas escenas son niños.

Causó revuelo inmediatamente, como era de esperarse, con teorías sobre lo que «hay detrás» de estas imágenes. Desde quién lo produjo y sus verdaderas intenciones, hasta la infracción sobre los derechos de los niños, sin contar con que se argumenta que es un lavado de manos de quienes mantienen el país en este estado.

¿Qué es lo que incomoda tanto de verlos a ellos, a nuestras futuras generaciones protagonizando este caos?

¿A quién queremos engañar? Los niños de hoy se han acostumbrado a vivir así. A lo largo y a lo ancho del país, los niños viven en situaciones complicadas, injustas y tristes. Los que menos, están acostumbrados a escuchar sin ninguna novedad, sobre la cantidad de muertos del día y es costumbre el temor de salir a la calle o la preocupación constante de la familia por vivir al día.

Cuántos otros viven en angustia y poco es lo que puede hacerse para alejarlos de la realidad de nuestro país. Los menos (quisiéramos), participan de una vida sin ética de sus adultos responsables, cuando siquiera pueden comprender por qué. Desconocen cómo llegaron ahí, por qué les tocó vivir así.

Ésta es la realidad.

Por lo que todos protestamos, lo que todos queremos, es un país mejor, pero seamos realistas, no será para nosotros. No hay tiempo para ello, es verdad, pero tampoco hay varitas mágicas. Pero estas imágenes no están pidiendo una solución mágica para hoy, lo exigen para que las siguientes generaciones no tengan que vivir en las mismas circunstancias.

Y si hay algo debe molestarnos tanto sobre esto, es que no hay responsables únicos, es verdad. Ni una sola persona será el cambio, no hay Mesías. Ni el poder son sólo la clase política, ni los empresarios, ni los que manejan los hilos desde afuera. Y tampoco son sólo «ellos», los del poder, los que nos han conducido aquí. Todos somos parte del problema. Han sido cada una de las decisiones que en conjunto hemos tomado, desde saltarnos una regla, hasta ignorar nuestros principios o dejar que las cosas sucedan. Que si las circunstancias han sido las culpables, también el dejar se hacer lo que nos corresponde, lo es.

La gravedad de la situación del país fue ocasionada por una reacción en cadena en la que todo es causa y consecuencia de todo, un gran sistema en el que cada elemento afecta al otro potencialmente. Una sociedad débil en educación, cada vez más escasa en valores, sin tiempo, sin oportunidades, vulnerable a la fuerza de los poderosos. Somos afectados y dependemos de lo que sucede en el exterior, por supuesto, pero también somos responsables de cómo nos conducimos internamente. Desde la escala más pequeña. Nuestra característica como mexicanos, de desacreditar iniciativas, de buscar las «verdaderas intenciones e intereses ocultos» de cualquiera, por mejores argumentos que se expongan. No creemos, ese es nuestro resultado.

Lo que queremos cambiar es por ellos, nuestros niños y jóvenes, porque ellos son quienes vivirán las consecuencias de lo que hoy se está gestando. ¿Cuál es nuestra responsabilidad directa? ¿Vamos a seguir ignorándola?

Como ciudadanos y como seres humanos tenemos obligaciones. Como miembros de una comunidad, de una familia, de un grupo de trabajo, de un país. Todos somos causa y consecuencia, protagonistas de un inmenso efecto mariposa y nuestras decisiones son las que crean la forma en la que vivimos.

Que si la producción de estas imágenes es una visión sesgada, que tendenciosa, que si «las barbas del vecino». La mayor parte de estas imágenes son la realidad de todos los días. Las razones de cada uno de esos horrores son diversas y complejas y tendrán su lugar para discutirse, pero no por ello son irreales. Es lo que cualquiera vería al salir a la calle o al asomarse al país.

¿Qué más incomoda? Que queremos conservar a los pequeños intactos ante el desastre que hoy vivimos. Porque no gusta ver este caos desde su carne, pero es justamente a donde los estamos conduciendo.

No lo veamos desde nuestra perspectiva, quien tiene niños cerca sabe que a ellos no se les puede engañar. Ellos nos dan grandes lecciones y por supuesto que si pudieran tener voz, veríamos la otra cara de la moneda. No está lejos de lo que ellos opinarían. Veámoslo desde su punto de vista, rescatemos lo valioso de esta llamada de atención.

No es que se hayan expuesto a los niños a estas situaciones, es que ya están expuestos, es que ya las viven, es que ya están acostumbrados a ello y tampoco saben la razón.

Si tiene otras intenciones, si pretende señalar culpables incorrectos, si no es objetivo, siempre habrá múltiples perspectivas. ¿Por qué sólo denostar sin preguntarse? No lo descartes, complétalo, conserva lo rescatable. Explícaselo a los pequeños, dales «armas» para comprenderlo. Para enfrentarlo, porque son ellos quienes tendrán que hacerlo.

Observa desde esta perspectiva, ¿a ti qué te mueve? Ellos pueden ser tus hijos, tus hermanos, tus sobrinos, tus nietos. Somos responsables de ellos. ¿Te has preguntado cómo lo ven desde su sabia mirada? Pregúntales.

¿Quiénes son responsables? ¿quiénes tenemos que exigir? ¿a quién debemos exigirles? ¿qué debemos exigirles y exigirnos?

Si no nos «cae el veinte» con esto, ¿con qué será?.

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