Estaba sentada, inmóvil, envuelta en una cobija, pasaba la mirada por la estancia. Sentía el tiempo pasar, ¿o sentía que no pasaba? A lo lejos del silencio de la noche, solo ladraba un perro.
Las cosas, cualesquiera, estaban ahí, inmóviles. No se movían, aunque el mundo lo hiciera. Estaban estáticas, como palillos chinos, una tocando a la otra, bien acomodadas o mal puestas, era exactamente lo mismo. No se movían. Ni las hojas vivas de las plantas lo hacían, permanecían flotando unidas a la rama, todo el tiempo.
Y entonces el tiempo empezó a pasar. El tiempo pasado caminó al presente, en cada cosa colocada en ese lugar. Vi al tiempo pasar sobre esas cosas inmóviles e inertes. El tiempo, antes estático e inmóvil, sobre las cosas quietas.