Mi desvarío

Desintoxicar el corazón. Las adicciones y el budismo

Las adicciones están consideradas como una enfermedad cuyo origen está en el cerebro. No es una mala elección, no es debilidad de carácter. Las personas que padecen una adicción deben luchar fuertemente para aceptar la enfermedad y recibir ayuda, tanto un tratamiento psiquiátrico, como una terapia. Usualmente este padecimiento está acompañado de otra enfermedad mental, como trastornos de ansiedad, depresión, trastorno bipolar, entonces se le denomina trastorno dual. En esos casos el tratamiento debe realizarse en forma simultánea, situación que se complica, ya que no es fácil diagnosticarlo y no abundan instituciones y especialistas.

Es común pensar que una persona que padece una adicción es adicta a sustancias ilegales, a drogas legales, como el alcohol o el tabaco, al juego, al sexo, a la pornografía. Quizá también se piensa en la adicción al trabajo, a la comida, a las compras y últimamente, a las redes sociales. Pero en general no se considera adicto al que tiene cualquier otra conducta o pensamiento compulsivos, sean cuales sean éstos.

Sin embargo, aún cuando existen las adicciones que implican una enfermedad que debe tratarse por ser potencialmente dañina y mortal, aquello que buscamos todos para distraernos de la ansiedad que genera el vacío interno inevitable, podría ser también una adicción. Eso que usamos para ocultar debajo las sensaciones y pensamientos desagradables.

Sin esto último en mente, asistí a un taller para el manejo de las adicciones en el Centro Budista de la CDMX. Me animaba aprender como voluntaria de una asociación pro salud mental y vaya que salí con aprendizaje. Como siempre, pude reconocer que sé muy poco. Esta vez aprendí también que no me conozco tanto en realidad. El taller estaba basado en al menos dos libros de Valerie Mason-John, “Desintoxica tu corazón” y “Mindfulness y las adicciones”, además de algunos principios budistas, que, es relevante señalar, no implican lo religioso, sino una filosofía de vida.

Esta escritora y periodista, cuya historia de vida le da credenciales para hablar de lo que habla, es budista y presidenta del Centro Budista de Vancouver.

Desde el inicio del taller, que duró dos días y que la autora consideraba un “retiro urbano”, pensé que Valerie es una mujer que motiva curiosidad con su forma de hablar. Hay que escuchar con atención para comprender el mensaje que quiere transmitir con sus preguntas, con las historias que plantea, con los ejercicios que propone. Genera reflexión. Para la cultura occidental son extrañas algunas prácticas, como las del budismo en general. Sin embargo, como lo insiste ella misma y aquellos que conocen y practican el budismo, no se trata de convencer, sino de intentarlo por sí mismo y ver los resultados. Ahora puedo decir que esos resultados se perciben, sin necesidad de razonarlos.

Entre las charlas en las que explicaba acerca del comportamiento adictivo y cómo es necesario «desintoxicar» el corazón de las «toxinas» que provoca el pensamiento cuando interpreta lo que percibimos, nos invitó a realizar algunos ejercicios. Uno de los primeros implicaba imaginar que se expulsaban las toxinas del cuerpo a través de la exhalación. Me vino a la mente una de las escenas de la película “The Green Mile”. En otros teníamos que hablar de nosotros mismos, como alguien que nos aprecia lo haría. Parece fácil, pero en realidad si uno no goza de un ego saludable o es demasiado modesto, no es sencillo. Siempre es mucho más fácil hablar acerca de lo que apreciamos en el otro.

Particularmente, en un ejercicio que llamó mi atención por su naturaleza, debíamos colocarnos en círculo y hacer un canto muy corto en pali, que implicaba desear el bien a todos los seres («Sabbe satta sukhi hontu»). Poco a poco las voces de alrededor de treinta y cinco personas comenzaron a alinearse e inmediatamente se sintió una energía poderosa en el salón. Repetíamos el mantra sin reconocer el significado puntual de las palabras que cantábamos, no hacía falta, se percibía la intención. La siguiente parte trataba de que un grupo de seis u ocho personas se sentara al medio, en otro círculo, mientras que el resto los rodeábamos y continuábamos con el mantra, que, repetido una y otra vez en una melodía, era como un arrullo. Todos quienes estábamos ahí, lo estábamos por entender algo, todos tenemos en común el sufrimiento, sin ninguna medida de comparación, solo somos seres humanos. No es necesario entender las palabras, cuando la intención es clara. Y lo fue tanto, que más de uno se conmovió hasta las lágrimas.

Esta escritora, periodista, actriz, budista, instructora de mindfulness, dijo algo que me dejó pensando. Todos tenemos las respuestas, todos potencialmente sabemos, pero no siempre queremos enfrentarlo. Es el miedo el que toma el control.

Otros ejercicios incluían mindfulness y la meditación budista de amor incondicional (Metta Bhavana). Algunos fueron mucho más cercanos y comprensibles para la cultura occidental, pero no por ello menos impactantes, promoviendo reflexiones profundas y el autoconocimiento. Me hicieron entender que cuesta cultivar el amor propio y que muchas conductas que pasan desapercibidas, en realidad son tratos desconsiderados hacia nosotros mismos. Desde noches de desvelo innecesario, o alimentar al cuerpo desconsideradamente y en general no procurar el autocuidado de cuerpo y mente, hasta vivir sabiendo que aquello que lastima podemos evitarlo y no lo hacemos, porque el miedo al sufrimiento por dejarlo es más grande.

Después de ese fin de semana, toda la carga y el estrés que sentí las semanas anteriores dejaron a su paso solo lo adolorido del cuerpo. Como el día después de haber tenido migraña, ya no es el mismo dolor, sino uno mucho más ligero, ese que alivia y hace respirar profundamente. Algo parecido a la calma. Ese par de días significaron un sacudidón de emociones que llegaron a mi mente y a mi cuerpo y de algún modo se llevaron algo de lo que me ha ido cerrando el corazón. Con el corazón un poquito abierto recuerdo el placer de escribir, de apreciar las cosas pequeñas.

En la lectura de uno de los libros de la escritora, “Desintoxica tu corazón” (Editorial Kairós), me encontré reflexionando sobre mi pensamiento y la forma en que éste toma el control e interpreta las emociones, contándome historias que no siempre son la mejor interpretación de la realidad. Concientizar sobre ello, junto con la meditación, me han parecido estrategias potencialmente poderosas para enfrentar la ansiedad y vivir mejor.

“La verdadera libertad está en no hacer nada”. Si nos permitiéramos eso, sin sentir culpa, sin enfocarnos en el mañana, en los tantos pendientes, en la angustia de los que no se resolverán… quizá experimentaríamos un poco ser libres. Libres del pensamiento tóxico que contamina el cuerpo, el corazón y la mente y nos obliga a operar desde lo práctico, lo funcional, como autómatas. Y vamos resolviendo y resolviendo y siendo funcionales y exitosos, mientras que el ser que somos realmente, se empequeñece, se calla y se apaga, cansado de preguntar sin obtener respuestas, porque es a quien menos se quiere atender, porque es molesto, porque pregunta sobre lo que nadie quiere hablar, lo doloroso, lo profundo.

Dejar aquello que causa adicción, de acuerdo con las palabras de Valerie Mason-John, causa sufrimiento. Pero permanecer con ello, causa aún más sufrimiento, que a veces puede costar la vida.

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