La memoria no es infinita, hay una razón biológica para que no lo sea. Así como los sentidos se agotan cuando existen estímulos permanentes o intensos, la memoria se cansa, se satura, el cerebro no toleraría tal acumulación. A esta reflexión me lleva el cuento de Silvina Ocampo, “Los objetos”. La memoria es finita porque lo contrario llevaría a la pérdida de la cordura.
En una primera lectura encuentro la tensión narrativa cuesta arriba para centrar la idea. Dándome tiempo para digerirlo, me permito recordar la sensación que causa perder objetos preciados. La autora da a los objetos un carácter de entes que pueden causar daño por sí mismos, pero no alcanzaba a comprender por qué.
Perder un objeto preciado causa frustración y quizá angustia porque está ligado a memorias, recortes de vida, cuando el objeto preciado lo es por ese valor simbólico. Perder el objeto pareciera dejar ir esa parte de la vida a la que se aferra la nostálgica mente, la que reconvierte los momentos desechando lo que no gusta y transformándolo en una versión mejor, como los sueños que se reinterpretan en los oneirogramas de Sergio González Rodríguez.
Quizá los objetos perdidos se pierden porque deben hacerlo, porque al perderse dan énfasis a la memoria a la que se les asocia, cierran capítulos. Recuperar los objetos perdidos, como lo hace Camila Ersky en esta historia, significa recuperar las memorias que están atadas a ellos; recuperarlos todos y con ellos la nostalgia asociada a cada uno cuando ésta ya debía haber cuajado, caducado para el instante de vida actual definitivamente implicaría un infierno.