«El Ruiseñor» llegó a mis manos a través de un folletito que venía en la bolsa de los libros que compré como regalo del día del maestro. Me pareció curioso el formato con pequeñas hojas y pensando que sería un cuento corto, en un descanso de un fin de semana de trabajo, lo tomé y me senté en la sillita mecedora.
No pude parar de leer. En sus primeros párrafos pasaron frente a mi las escenas, vi cada detalle y sentí genuina cada emoción de cada personaje, me pareció tan real y familiar. Leí rápidamente las dos partes, llegué pronto a la última palabra y quedé en completo suspenso.
La maravilla de los libros electrónicos permitió que ante mi curiosidad inmensa, no tuviera que esperar a ir a la librería. En momentos ya tenía el libro disponible en Kindle, por menos de la mitad del precio del libro impreso. Los siguientes días se removieron mis pensamientos y sentimientos con lo que veía pasar ante mi: la crudeza de la guerra, relatada desde la perspectiva de cada personaje, la decadencia paulatina, la desesperanza.
Contar cualquier historia inmersa en una guerra necesita partir de la vida durante tiempo de paz; desde ese contraste una historia de ficción se convierte en realismo. No hay dónde esconder la realidad.
La novela relata la vida alrededor de una familia, los Rossignol, y describe la transición de su vida que surge de la situación extrema que significa la guerra. Julien Rossignol, su esposa y sus dos hijas son una familia común en Francia a principios del siglo XX. La Gran Guerra comienza a transformar la existencia de los cuatro personajes, comenzando desde el padre, poeta, quien debe cumplir su deber defendiendo a su patria.
El resto de la historia se cuenta a través de la vida de las hermanas; al quedar huérfanas de madre y huérfanas de hecho, del padre. La más pequeña, Isabelle, una joven rebelde, ansiosa del cariño y aceptación que perdió desde sus primeros años y Vianne, quien pronto encontró en quién aferrarse en el mundo. Nuevamente la guerra, el personaje más despiadado de la historia, entra en escena para arrasar el curso normal de las cosas. La historia parece repetirse, hacia 1939, aún cuando Vianne se aferra a ocultar la realidad con la perfección de su vida actual en un pueblo francés.
Ambas se convierten en heroínas desde su propia historia; Isabelle encuentra por primera vez un verdadero motivo para dejar salir su esencia rebelde forjada ante el rechazo emocional con el que creció, en la resistencia ante la ocupación alemana. Mientras que Vianne debe descubrir su propia fortaleza y asumir el papel que se le impone para sobrevivir, protegiendo a su hija única, esperando la vuelta de su esposo, antes cartero, ahora soldado. El carácter de ambas se vislumbra formado esencialmente como víctimas de la guerra, esa Primera Guerra, que las convirtió en víctimas no mortales, sino parte del daño colateral del horror.
Se cuenta la historia paralela de quienes no estaban al frente de la batalla, también héroes, también luchadores. Personas comunes para quienes ese periodo histórico dejó mucho más daño que un arma, cualquiera que ésta fuera, que mata de inmediato. El daño paulatino de su consciencia saca a relucir la verdadera esencia humana, de la que cada uno está hecho. Más allá del cuerpo, lo que queda, el alma, el espíritu. Tan fuerte o no, tan valeroso, tan frágil, tan llevado al extremo.
Orientada particularmente al papel que tuvieron las mujeres en este exilio doméstico, quienes en su propia capacidad y con sus propias armas sostuvieron la vida propia, de sus familias y de aquellos a quienes ayudaron a sobrevivir y a persistir en la historia, tal como el pueblo judío. Una de ellas yendo aún más lejos, el personaje perfecto para realizar una hazaña fuera de toda proporción para su figura y papel de mujer joven y hermosa.
Más allá del drama, el realismo puro de la historia ambientada en plena Segunda Guerra Mundial, que se cuenta en gran medida desde las emociones y la psicología de los personajes, es crudo y claro, tanto como para permitir una historia de amor tan real que pudo haber sido tomada de una historia verídica.
La noche que termino de leerla, coincide con la elección como película de fin de semana de «Ha vuelto», en la que precisamente ese personaje de la novela poco mencionado pero innegablemente presente, Adolfo Hitler, es el principal.
Tardé un tanto en comprender el sentido de esta película y ante mi desconfianza por lo que estaba viendo, me sorprendí inmensamente al entender mi propia versión del trasfondo de la misma. La trama de desenvuelve desde la interrogante de lo que pasaría en el mundo actual si de la nada reapareciera aquel sorprendentemente controversial personaje de la historia, tal y como fue hace más de 70 años, tan inverosímil e increíble como la reacción de los ciudadanos alemanes.
La película retrata la verdadera naturaleza de lo que hoy sigue siendo el ser humano y cómo, no importa el tiempo que haya pasado, seguimos siendo lo mismo. A pesar del horror indescriptible del Holocausto, tantas personas el día de hoy visualizan a Hitler como el personaje, tan respetable e imponente como debe ser un líder. Algunas reacciones reales de la persona de a pie, quien le relata honestamente su perspectiva de la vida política de su país. Es evidente que ante la imponente propuesta de este personaje, la respuesta es contundente; sólo aquellos que fueron testigos cercanos al dolor y daño indescriptible de ese periodo de la historia o quienes lo asumen en verdad, son capaces de ver en ese hombre con rechazo absoluto.
Del resto, muchos de quienes crecieron con la historia del Holocausto contada desde otras bocas, pero que no estuvieron ni están al menos poco cercanos al verdadero daño que causó, son capaces sin duda de seguir sus ideales de supremacía, lo idolatran. Quienes son ajenos al dolor, al hambre, a la decadencia y la desesperanza, aún en un mundo que todos los días las vive. Otros tantos genuinamente creen que sería la verdadera solución. ¿La razón? Han pasado más de 70 años y el ser humano, desde su contexto particular sigue siendo totalmente capaz de repetir la historia y lo hace, sin darse cuenta, aquí y allá, en escala menor o mayor. Y como nuevamente recuerdo, lo decía Elizabeth Kubler-Ross en «La Rueda de la Vida», «todos llevamos un Hitler dentro», depende del contexto en el que las circunstancias nos coloquen.
Pero al final, en mi versión de las cosas lo complemento con las palabras de Padmabandhu en la sesión del taller de meditación del domingo pasado en el Centro Budista de la Ciudad de México, en relación a la compasión. La naturaleza como seres humanos conectados con la vida está instintivamente dirigida a la compasión, que no la lástima (que es pasiva y de algún modo, no conecta), hacia cualquier forma de vida, es éste el instinto inmediato ante aquel que sufre, sin embargo, el condicionamiento con el que cada uno ha sido formado en cada contexto en particular, impone enseguida la barrera que impide que esa emoción se convierta en un sentimiento positivo, volcándola en negación y rechazo o indiferencia, peor aún, violencia, derivados de estados mentales torpes, como los denomina el budismo, como el odio.
Ante las condiciones adecuadas, por sobrevivir o porque sobrevivan los nuestros, ante el miedo a lo desconocido que representa una amenaza, consciente o inconscientemente, como en la xenofobia, todos podríamos llevar dentro esas facetas. Quizá el ideal, que parece imposible de lograr para la convivencia pacífica y armoniosa, implica tanto trabajo interno para lograr inclinar la balanza hacia el «no dañar» del budismo, es demasiado para cualquier época y circunstancia, seamos de primer mundo o del último.
En cualquier caso, esta novela y esta película me removieron lo suficiente, como para volver a la palabra escrita en este olvidado blog.